Empecé a leer el libro que hoy traigo a Opticks, La piedra de la paciencia, Premio Goncourt 2008, sin haberme documentado previamente sobre su contenido y su autor; y lo primero que pensé es que estaba leyendo el guión de una película.
Acerté porque el autor es, además de escritor, director de cine. Se trata de Atiq Rahimi, que nació en Kabul, huyó de la guerra que asolaba Afganistán, pidió asilo político en Francia, (La piedra de la paciencia está escrita en francés), y se doctoró en técnicas audiovisuales en su país de acogida.
Atiq Rahimi asienta este breve libro, 120 páginas, que publica Siruela y traduce Elena Gracía-andrade, en una antigua leyenda persa que habla de una piedra a la que se cuenta aquello que no se puede o no se quiere contar a los demás: desgracias, represiones, angustias, deseos y sufrimientos personales.
La piedra va absorbiendo todos esos secretos hasta que un día explota y con esa explosión la persona queda liberada.
En persa la “piedra de la paciencia” se denomina “sangue sabur”. En el libro se dice que la tal piedra está en La Meca, concretamente en la Kaaba, el lugar alrededor del cual miles de peregrinos dan vueltas y más vueltas contándole sus distintas cuitas; hasta el día en que no pueda absorber más desastres y explote. Entonces se producirá el Apocalipsis.
El relato, que transcurre en un lugar de Afganistan asolado por la guerra, presenta a una mujer que atiende a su marido inconsciente por una bala alojada en la nuca. Oscilando al ritmo de su respiración, una mano de mujer se posa en su pecho, sobre el corazón. La mujer está sentada. Con las piernas encogidas y pegadas al cuerpo. La cabeza sobre las rodillas. Los cabellos negros, muy negros y largos, cubren sus hombros, que se balancean, siguiendo el movimiento regular de su brazo.
El hombre lleva dos semanas en ese estado y el mulá de la zona ha asegurado a la esposa que sus continuas oraciones podrán sanarlo.
Las hijas de ambos permanecen en una habitación contigua. Ella las mantiene alejadas mientras atiende al hombre, pasa una y otra vez las cuentas del rosario y repite el nombre de Ala.
Mientras, en el exterior, la guerra se aproxima a la vivienda, provocando que la mujer traslade a las pequeñas al domicilio de una de sus tías.
La nueva soledad aviva los recuerdos del tiempo que vivió en casa de los padres de su esposo mientras él, un reconocido luchador, combatía.
En esa casa fue su suegro el único que la acogió con cariño y le contó, entre otras, la historia de la “piedra de la paciencia”: “Sí, es una piedra para todos los desventurados de la tierra. ¡Ve a verla! Confíale tus secretos, hasta que se rompa…hasta que seas liberada de todos tus tormentos”.
Los acontecimientos dramáticos se suceden. La mujer cuida al hombre inconsciente y le habla sin obtener respuesta. El silencio continuado del marido determina que la esposa considere que él puede ser ese talismán mágico que absorbería todos los pesares y los salvaría a los dos.
Así que va contándole, llena de desesperación y rabia, lo que ha sido su vida desde el momento en que, de adolescente, la casaron con un desconocido que tardó dos años en volver de la guerra a la que regresaba siempre que era preciso. “Voy a contártelo todo, mi sangue sabur, todo. Hasta que me deshaga de mis sufrimientos, de mis desgracias. Hasta que tú, tú…” Calla el resto. Lo deja a la imaginación del hombre.
La apariencia de guión cinematográfico, con el sonsonete de las oraciones que se repiten, el sonido de las balas y las explosiones, la detallada descripción de los personajes (aspecto, vestimenta) y de la habitación en la que están, mediante frases cortas y directas, introduce al lector en el ambiente que se representa, que se visualiza sin dificultad.
Las confidencias que la mujer vierte sobre lo que considera su “sangue sabur” personal, unidas a los sucesos que se producen en la casa, sobrecogen por su dureza y realismo descarnado, mostrando la crueldad de la guerra y las terribles condiciones de vida a las que la religión y el fanatismo abocan la existencia de las mujeres en demasiados lugares de la tierra.







