Miguel Hernández

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Se cumplen los cien años del nacimiento de Miguel Hernández el 30 de este octubre largo y plano (yo lo estoy viendo así), y entre peleas varias de parientes y de administraciones, van llegando sus versos a nosotros con el bagaje de las tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.

La del amor:
Querer, querer, querer,
Ésa fue mi corona.
Ésa es.

La de la muerte:

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
…………………………………
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

La de la vida:

Sonreír con la alegre tristeza del olivo.
Esperar. No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos. Doremos la luz de cada día
en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

Aquellos que no conozcan los versos del poeta de Orihuela, tienen ahora la oportunidad de acercarse a la esencia de un hombre transparente.
Su epopeya vital, desde las cotidianas labores de la tierra y el cuido del ganado, que impregnan buena parte de su obra; para seguir andando después por un camino de amigos y lecturas en busca de la perfección del verso, hasta darse de bruces con la guerra y la muerte, está henchida de amor.

Miguel ama la vida en su conjunto:
Amor, tu bóveda arriba
y yo abajo siempre, amor,
sin otra luz que estas ansias,
sin otra iluminación.

Y a la luz de estas ansias, Miguel Hernández busca, indaga, se rebela, se enamora, se entrega hasta el extremo y convierte en sujeto de sus versos a la soñada esposa:
Hablo, y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa, yo soy el mediodía.

Al amigo perdido:

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Al hijo hambriento:

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.

Lo grande y lo pequeño, lo sublime y también lo mezquino; la mayor de las heroicidades y la más oscura de las infamias se entrecruzan, como en la vida misma, en los vibrantes versos del poeta y en sus obras en prosa.
Termino este breve homenaje al hombre bueno, muerto tan prematuramente, con algunas de las palabras que escribe a Vicente Aleixandre al dedicarle Viento del pueblo:

Los poetas somos viento del pueblo; nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas.
…………………………………………………………………………………..
El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo.

Ojalá sea así y las cumbres que Miguel vislumbraba estén, con ayuda de la poesía, cada vez más cercanas a nosotros.

3 Comentarios

  1. Al amigo NO perdido:

    A las aladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.

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