LA TREGUA

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Hasta que en uno de los grupos de lectores de los que formo parte se nos recomendó La tregua,obra escrita por Mario Benedetti publicada en 1960, mi conocimiento del autor uruguayo se limitaba a dos libros de poemas: Insomnios y duermevelas y A dos voces. Éste último me lo regaló mi amigo Manolo con la intención de hacer las paces tras una de nuestras acostumbradas “luchas dialécticas”. Hay que decir que yo ya me había adelantado regalándole a él Mortal y rosa de Francisco Umbral. Sería fabuloso que todas las luchas dialécticas que vivimos a diario concluyesen regalando libros. A las otras no me refiero, aunque tal vez tendrían menos virulencia si las personas que las provocan leyesen más. En fin.
Los poemas de Mario Benedetti son profundos y sobrios. Hay en ellos tristeza, rebeldía y también un mensaje de esperanza en la consecución de un futuro más justo a lograr entre todos. Son poemas que agitan y conmueven, que desasosiegan y reconfortan, que duelen y despiertan. Vaya para Benedetti y su poesía un especial recuerdo por la festividad que celebramos el pasado día 21.
Sin embargo, no sé explicar por qué, nunca me aproximé a las obras en prosa del citado autor; así que La tregua ha supuesto una grata y singular sorpresa. Después he leído que se trata de la obra de Benedettique más veces se ha editado (va ya por la edición nº 148), además se ha traducido a 19 idiomas y llevado al cine, al teatro, la radio y la televisión; pese a todo, Benedetti nunca la consideró la mejor de sus creaciones literarias.
¿Qué tiene este libro de sólo 159 páginas y en forma de diario para resultar tan atrayente? Primero, está muy bien escrito, de una manera clara y precisa; segundo, el lector ha podido sentirse en alguna ocasión, o en muchas, como el protagonista del relato; tercero, sus reflexiones sobre la naturaleza humana son intemporales; cuarto, las referencias que hace a la realidad social uruguaya podemos aplicarlas a cualquier otra sociedad.
El principal protagonista de La tregua y autor del diario es Martín Santomé, un oficinista de Montevideo, viudo y con tres hijos ya adultos: Esteban, Blanca y Jaime, a los ha debido sacar adelante solo porque su mujer murió de una infección tras dar a luz al tercero. Martín vive una vida anodina y resignada que no le facilita la comunicación con sus hijos. Aunque tiene un buen puesto en la oficina, desea jubilarse pensando, sin demasiada convicción, que la jubilación le aportará el empuje vital que no posee. Todo cambia cuando empieza a trabajar a sus órdenes Laura Avellaneda, una joven 25 años menor que él (que está a punto de cumplir 50), de la que se enamora. Con el enamoramiento de Martín, al que Laura corresponde, se inicia “la tregua” que cambiará la vida del hombre para siempre.
Explicado así, parece un argumento muy sencillo; más aún si añadimos que todo sucede durante más o menos un año. Un año en el que Martín repasa su vida, la de su familia, el trabajo, los compañeros, el único amigo, la situación del país y sus gentes, la incertidumbre ante el futuro, el concepto de Dios, el tiempo que se escapa… Lo repasa haciéndose preguntas, planteándose y planteándonos interrogantes, yendo del yo al nosotros desde la voluntad de evitar el egocentrismo y la egolatría, incluso tratándose de un diario íntimo, secreto; nada da por supuesto, no hay certezas ni un clavo al que agarrarse.
Todo hasta que en su existencia pasiva y resignada se produce una “tregua”. Esa tregua que ansía cualquier persona sea joven o vieja, y que Martín Santomé resume con una reflexión que reproduzco y con la que termino de comentar un libro que, a pesar de los años transcurridos desde que fue escrito, me parece, en su desnuda sinceridad, tan cercano como extraordinario. “Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua”.
 

 

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