EL JINETE POLACO

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Es un placer empezar octubre con un libro que es una obra de arte, nada menos que El jinete polaco de mi admirado Antonio Muñoz Molina.
Son muchos los expertos que han analizado y glosado esta novela, que fue Premio Planeta en 1991 y posteriormente Premio Nacional de Literatura, yo me limitaré, desde mi sola posición de lectora, a explicar, con la brevedad acostumbrada, por qué la considero una obra de arte.
Primero, porque incluye todos los géneros aplicables a la novela:
-Novela histórica, al abarcar un largo periodo de la historia, desde el asesinato de Prim a la guerra del Golfo.
-Novela de amor, por la relación que se establece entre sus dos principales protagonistas: Nadia y Manuel.
-Novela negra, si nos fijamos en la momia de la misteriosa joven que aparece emparedada en los sótanos de la Casa de las Torres.
-Novela costumbrista, ya que expone de un modo detallado los usos y costumbres populares de las gentes de Mágina.
-Novela social, en los aludidos usos y costumbres pueden apreciarse las diferencias sociales existentes en dicha población.
-Novela en parte autobiográfica, no cuesta nada identificar en multitud de párrafos a Manuel protagonista con Antonio escritor.
En segundo lugar, por la construcción del relato en sí, una larga metáfora de la condición humana con todas sus grandezas y flaquezas: los orígenes y la aceptación o no aceptación de lo que fuimos y somos, el arraigo y el desarraigo, la búsqueda de uno mismo en la persona del otro, la pervivencia de la memoria, el sentido casi mecánico a veces del deber, el arrepentimiento y la culpa, el paisaje modelador de personalidades y conciencias, el amor como encuentro e impulso…
En tercer lugar, el vocabulario utilizado, el nombre exacto de las cosas. Esa especial cadencia de la frase que invita a repetir la lectura y a meditar sobre lo que has leído, porque hay ahí una profundidad que se te escapa.
Te hablo de otro mundo en el que los atributos de las cosas eran siempre tan indudables como las formas de los cuerpos geométricos que venían dibujados en las enciclopedias escolares, pero tampoco ignoro que sin la furia de la huída no habría existido esta dulzura del regreso ni que el agradecimiento sólo fue posible después de la traición.
Es Manuel quien habla cuando vuelve a Mágina porque le comunican que su abuela ha muerto. Antes del regreso, su vida de traductor en organismos internacionales fue una huída constante, un deambular de un continente a otro, de un país al siguiente, realizando el trabajo asignado de manera mecánica.
En uno de esos viajes encontró a Nadia que resultó ser hija de un comandante destinado en Mágina a comienzos de la guerra civil, el comandante Galaz.
La Mágina de Manuel no es otra que la Úbeda de Antonio. Coinciden sus leyendas, sus paisajes, sus calles y sus plazas. Subo por la calle del Pozo… recorro los miradores desde los jardines de la Cava hasta el ábside del Salvador y distingo los verdes brillantes y los azules suaves y los grises de niebla del valle del Guadalquivir, la alta silueta de la sierra de Mágina, borrosa tras la lluvia, los caminos blancos que descienden entre las huertas hacia los olivares y el río.
El escritor rememora los hechos del pasado. El cuarto de la viga en el que nació, perteneciente a la casa alquilada por sus padres, es el mismo en el que nace Manuel. Y te quedas dudando si serán coincidentes las personalidades y ocupaciones de los padres, abuelos, bisabuelos; y, de nuevo, una única hermana para Manuel y Antonio y un instituto público y Jim Morrison y John Lennon y los olivares y los seriales radiofónicos y la no aceptación de ese presente ya que vivía enfermo de palabras y voces. El jinete polaco está repleto de personajes significativos que, vuelvo a repetir, no sé si existieron realmente pero parecen reales por lo bien dibujados: el comandante Galaz, que compra en un anticuario el grabado de Rembrant que dará nombre al libro; el médico don Mercurio que estuvo, incluso, en la guerra de Cuba; Ramiro Retratista, que conserva en sus fotos imágenes de habitantes de Mágina que ayudarán a Manuel a construir su historia personal; el teniente Chamorro, represaliado tras la guerra civil y buen amigo de inspector Florencio Pérez; el periodista local Lorencito Quesada; el torero Carnicerito, orgullo de la localidad…
Toda la novela es un ir y venir constante, de atrás adelante y de adelante atrás acompañando a Manuel en sus recuerdos, estimulados por las fotografías que guarda en un baúl Ramiro Retratista y dulcificados por la presencia de Nadia, la hija del comandante Galaz con la que coincidió de adolescente en Mágina, sin que entonces esa presencia supusiese nada en su andar alterado.  
Recuerdos que hasta pudieran ser los nuestros, al tratarse de una obra que no se queda en la superficie de las cosas, los lugares o las personas; por el contrario, Antonio Muñoz Molina profundiza en todo ello, dotando de sentido cada gesto, palabra o detalle, sin juzgar ni pontificar sobre nada, dejando que el lector, desde su libertad y manera de entender el mundo, extraiga conclusiones y medite.

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