METAFÍSICA DE LOS TUBOS

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Fiel al propósito, deseo o necesidad que manifesté en la anterior reseña de seguir leyendo los textos de Amélie Nothomb, esta semana he leído otro de sus libros que, además de deslumbrarme como el anterior, ha contribuido a que justifique por completo el sarcasmo y la crítica que contiene Estupor y temblores.

El libro de hoy se titula Metafísica de los tubos, está publicado por Anagrama y traducido por Sergi Pámies.

Metafísica de los tubos es un libro de infancia en el que la escritora narra los primeros años de su vida en Japón, país en el que nació al estar allí destinado su padre como cónsul de Bélgica.

Sin embargo, no sucede igual que en otras narraciones autobiográficas, aquí no es el autor adulto el que cuenta su historia, sino la niña recién nacida que empieza considerándose a sí misma un tubo.

Un tubo al que da el nombre de Dios ya que es la satisfacción absoluta… Las únicas actividades de Dios eran la deglución, la digestión y, como consecuencia, la excreción… Ésta es la razón por la que, llegados a este punto de su desarrollo, llamaremos a Dios el tubo.

Y Dios fue un tubo dos años. No se movía, no hablaba, no miraba.

La vida comienza donde empieza la mirada.

Dios carecía de mirada.

En apariencia se trataba de un bebé normal que se desarrollaba sin molestar en absoluto.

Hasta que un día pareció despertarse del letargo y grito con enfado creciente.

Fue la abuela que llegó de Bélgica la que supo aplacar ese enfado con algo tan exquisito como una barrita de chocolate blanco que hizo a la niña descubrir el placer. El placer es una maravilla que me enseña a ser yo mismo. Yo sede del placer. El placer soy yo: cada vez que exista placer, existiré yo.

De ahí en adelante, la pequeña absorbe con voluptuosidad todos los placeres que Japón le ofrece, empezando por los mimos de su aya japonesa que nada le niega y continuando por la belleza del lugar en el que vive la familia.

Fui japonesa.

A los dos años y medio, en la provincia de Kansai, ser japonesa consistía en vivir en el corazón de la belleza y de la veneración.

Según parece, los niños japoneses hasta que cumplen tres años, imagino que de familias pudientes, disfrutan toda clase de privilegios. La exigencia llega con el parvulario.

Todo el libro es la continúa reflexión de un ser superdotado que otorga un sentido profundo a cada uno de los avances que existen en el desarrollo humano: los primeros pasos, las primeras palabras.

El examen del lenguaje ajeno me llevó a la siguiente conclusión: hablar era un acto tan creativo como destructivo. Era mejor andarse con mucho cuidado con aquel invento.

Cada una de las palabras que pronuncia parten de una experiencia consciente, sencillas las primeras: mamá, papá, Nishio-san (su aya), Juliette (su hermana, el de su hermano decide no aprenderlo porque le hace rabiar); y complicadas las siguientes: muerte, (tras la muerte de la abuela del chocolate blanco), y mar, (cuando se bañó en él y estuvo a punto de ahogarse).

Leo de nuevo lo escrito y me doy cuenta de que dice bien poco del contenido del libro en sí.

Falta el humor, presente en buena parte del relato. Pero este humor es limpio, no hay burla ni animosidad en él.

Así cuando su padre aprende un complicado sistema de canto japonés le pregunta:

-¿En eso consiste ser cónsul? ¿En cantar?

Se puso a reír.

-No, no es eso.

-¿Qué es, entonces, ser cónsul?

-Es más difícil de explicar. Te lo diré cuando seas mayor.

“Eso esconde algo”, pensé. Debía de implicar actividades comprometedoras.

Falta también el dolor al entender que los que la rodean no saben interpretar sus sentimientos y deseos, hasta hacerla llegar al borde del suicidio en el agua, de una gran importancia para ella, al igual que los tubos a los que se refiere muchas veces.

Falta la tragedia que supone el hecho de enterarse de que el trabajo de su padre determinará en el futuro la salida de su amado Japón.

¡Es mi país! ¡Me moriré si me marcho!

Acababa de enterarme de la terrible noticia a la que, un día u otro, todo humano tiene que enfrentarse: lo que amas, lo perderás. “Lo que te ha sido dado te será arrebatado”. Tu vida entera se verá marcada por el luto. Luto por el país amado, por las montañas, las flores, la casa, Nishio-san y el idioma que hablas con ella. Y será sólo el primero de una serie de lutos cuya duración ignoras.

Falta, falta, falta. Y todo ello en un libro que tiene sólo 144 páginas.

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