El libro de hoy se titula Últimas tardes con Teresa de Jesús, su autora es Cristina Morales, está editado por Alfaguara, contiene un interesante prólogo de Juan Bonilla, una aclaratoria y muy personal introducción de la misma autora y un posfacio con datos históricos.
Explica Cristina Morales en la introducción que eligió este título por lo mucho que admira a Juan Marsé y hace referencia a una obra del autor barcelonés que tiene cierta similitud con algunos hechos de la vida de Santa Teresa, por supuesto no se trata de Ultimas tardes con Teresa, cuyo contenido es del todo diferente.
Corre 1562 y Teresa de Jesús, a sus cuarenta y siete años, está alojada en el palacio de Luisa de la Cerda en Toledo. Es ya una persona de gran fama por su inteligencia, piedad y visiones celestiales, lo que provoca que sea solicitada para acompañar y ayudar en sus quebrantos a damas importantes. Éste es el caso de Luisa de la Cerda, inconsolable por la muerte de su esposo.
En esas circunstancias, Teresa recibe el encargo de su confesor, el dominico padre García, de escribir “Las gracias y mercedes que el Señor os concede, madre Teresa, para mejor entender yo vuestra confesión”. Y ha añadido: “Para entenderos mejor a vos misma”. Y todavía ha susurrado: “Para que los grandes letrados os entiendan”.
Ya en su cuarto, la Teresa de Cristina Morales reflexiona sobre la orden que se le ha dado y lo que debe poner por escrito con el objetivo de quedar bien con la Inquisición que la persigue y el resto de la sociedad que, buena o mala, tiene de ella una determinada imagen.
Entonces decide escribir dos libros: uno que entregará a quien se lo ha pedido y otro para sí misma que es el que, partiendo de la vida de la Santa que ha estudiado a fondo, ha creado la autora granadina.
Lo extraordinario de este libro, además de que está muy bien escrito, es que la voz que relata en primera persona su vida podría ser la de Teresa de Jesús. De algún modo, la escritora se ha mimetizado con el personaje y aunque se centra en las adversidades que hubo de superar como mujer en un tiempo en que el dominio de los hombres era total, no es una voz que resulte ajena.
Cristina-Teresa inicia su libro personal hablando de su madre, a la que admira porque, entre otras virtudes, leía mucho y se preocupó de que ella aprendiese a leer y a escribir en contra de la opinión de su padre, Alonso de Cepeda.
Beatriz de Ahumada y Dávila, tuvo diez hijos y murió con 32 años; en bastantes páginas se resalta su figura. La casaron a los 14 años con un hombre que buscaba limpiar su pasado de ascendencia judía y que ejerció su poder masculino en la cama; el retrato que se hace de él no es en absoluto amable.
Tampoco resulta amable la imagen que se da del resto de los hombres que aparecen, en este caso nobles y eclesiásticos. Las mujeres siempre están sometidas, la misma Luisa de la Cerda es violada a los 14 años por Diego Hurtado de Mendoza. Se aclara: “Hay más culpa en el señor que en el gañán cuando se comete un delito”.
Las jóvenes solteras de la nobleza que no encontraban marido que las mantuviese, terminaban en un convento; lo que sucedió con las hermanas de Teresa, “porque eran hembras y no rentaban”. A las monjas las controlaban sus confesores, es interesante cómo Teresa burla ese control. La libertad de pensamiento y acción no existía para la mujer.
Cristina-Teresa habla de su infancia, de su deseo de martirio para agradar a Dios, representado en los juegos infantiles que, para desesperación del ama Elisa que los cuidaba, mantenía con su primo Alonso y sus hermanos.
Cuenta que “Al quedarme mocita y sola, mi padre me metió de educanda y por la fuerza en el convento de Nuestra Señora de Gracia; que me sacaron de allí muy enferma de una dolencia rara y que cuando me hube recuperado me metí en las carmelitas de la Encarnación por mi propio pie, de noche y sin avisar”.
Habla de sus amores con Alonso, que “ama como aman los hombres, queriéndote para ellos solos”.
Habla de su amiga Juana Suárez: “Dos mujeres que quieren decidir por sí mismas y que por eso podemos llamar amistad”.
Explica, a propósito de los muchos conventos existentes, que “están todos hartos de conventos y de mendicantes… y, quien más, el pueblo, que dice que trabaja para que los religiosos podamos vivir de limosnas”.
Habla del oficio de escribir y publicar: “Una mujer que publica es el colmo de la vanidad. Si escribe que es mala y se arrepiente, se dirá que es vanagloria. Si escribe que es buena, por fatua se la tendrá. Si escribe que es mala, ya tiene confesión al Santo Oficio… Las mujeres tenemos que obrar, sí, pero con discreción. Andar, sí, pero de puntillas. Aunque sea nuestra voluntad, ha de parecer que son otros los que actúan por nosotras: el Papa de Roma, el provincial de Ávila, la Virgen del Carmen o el Espíritu Santo”.
Reflexiona sobre lo que puede decirle de la vida a su sobrina lectora María de Ocampo que está con ella en el convento: Todo lo que puedo recordarle es que pisotearán su voluntad mil veces, que desde que nació la pisotean para darle forma de zapato que un hombre se calzará hasta que se rompa o le plazca otro nuevo”.
Polemiza con el el padre García cuando éste le pregunta sobre el libro que le ha ordenado escribir, está claro que Cristina Morales se está refiriendo al suyo propio:
Pero ah padre, qué tiranía la vuestra y la del relato, que sólo halláis sentido en el avance, como si la escritura fuera un escuadrón y la escritora su capitana… Para mí no hay victoria en la conquista, padre, sino en que los cien soldados lleguen vivos, en que ninguna de estas cien páginas ande con muletas, ni pierda un ojo, ni entre en la palabra FIN con los pies por delante…Quiero que este libro sea un campo sembrado de banderas ondeantes, de sus alféreces emancipadas; la huella dejada por un escuadrón desertor que ya no avanza, que sólo permanece y silba con el aire que transita sus mástiles, sus cuerdas y sus arandelas”.
Ese es el libro y esa es la imagen de Teresa de Jesús que ha querido transmitir la autora. Una imagen muy humana, feminista, enérgica y reivindicativa que, sin duda, no dejará indiferente a nadie.








