En numerosas ocasiones he leído o escuchado lo que André Malraux afirmó hace casi cien años: El siglo XXI será espiritual o no será.
Si miramos a nuestro alrededor de una manera superficial no parece que la espiritualidad tenga demasiada importancia.
Otra cuestión es si entramos en Internet e investigamos al respecto. Consejos, reflexiones, conferencias, meditaciones guiadas o no. Son cientos los recursos que se nos ofrecen para convertirnos en “seres espirituales” o para potenciar la parte espiritual de nuestro ser.
Todo esto lo he pensado al leer la obra que hoy traigo a Opticks. Se titula Thomas Helder, su autora es Muriel Barbery, está editada por Seix Barral y traducida por Isabel González-Gallarza.
La autora resume brevemente la historia contenida en un libro de 217 páginas que es todo él una larga reflexión en la línea de esa espiritualidad a la que ya me he referido.
“Thomas Helder aborda la complejidad del duelo y la dificultad de procesar los recuerdos. Son incompletos e imperfectos, y suelen estar parasitados por el remordimiento, la culpabilidad y el dolor de haber perdido a alguien querido. Por eso escribí esta novela: para explorar cómo los personajes confrontan su pasado, sus acciones pasadas y presentes, y el dolor que los acompaña. Los encierro en una casa para observar cómo enfrentan la aceptación de sus errores y su historia”.
Thomas Helder ha elegido morir en la casa familiar de Châteauvieux en la campiña occitana. Buscaba el silencio y la quietud del lugar en el que fue feliz con sus hermanos Jorg y Sanne y sus amigos Margaux y Jean.
Tras el sepelio, la familia se reúne en dicha casa. Margaux, principal protagonista de la historia, que los abandonó sin dar explicación alguna, está entre ellos.
Se inicia entonces un relato intimista, en el sentido de lo que he apuntado anteriormente, en el que la mujer, conducida por los comentarios de unos y otros, se adentra en el pasado, en su ser del pasado, y pasa revista a lo que sucedió y a como esos hechos modificaron las vidas de todos, conduciendo a algunos a la muerte y a ella a una huida llevada por la culpa no exenta de arrepentimiento.
En el viaje al pasado están presentes la mentira, la traición y el sentimiento de culpabilidad; pero también el amor, la amistad y la belleza en las relaciones, los trabajos creativos y las descripciones del lugar donde se encuentran, de la cabaña restaurada por Margaux y de Ámsterdam y sus canales.
Toda la reflexión contenida en el libro se asemeja al “círculo del zen”. Recordemos que Muriel Barbery vivió en Japón y en sus obras aparecen a menudo elementos que aluden al budismo practicado en aquel país.
El círculo del zen simboliza la unidad y la conexión con el universo, todos estamos conectados.
Es a través del descubrimiento de esa conexión y de su infuencia como Margaux va poco a poco tomando conciencia de la plenitud del momento presente, de la integridad de los que no están y de los que están, de la armonía perfecta que, sin pretenderlo, reflejaban sus obras como arquitecta y del vacío que ya no le provoca dolor. Se ha cerrado el círculo.
Vuelve a caer la nieve despacio y, ante el paisaje sublime que la nieve vuelve más sublime todavía, en esa belleza, en ese silencio, en ese espacio infinito, dice: Todo está bien.