CONTRA EL PESIMISMO

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El libro que hoy traigo a Opticks se titula Contra el pesimismo, su autor es Fernando Díaz Villanueva y lo publica la editorial HarperCollins.

El autor justifica la escritura de este libro en su convicción de que el pesimismo que domina el mundo occidental está promovido por aquellos que necesitan estimular nuestros miedos para asegurarse el dominio sobre lo que hacemos y pensamos.

En la sociedad siempre “han vendido más” las malas noticias que las buenas, y esa tendencia, potenciada al máximo por los medios de comunicación, provoca que los individuos busquen posibles salvadores que neutralicen esos miedos y les aseguren cobijo y certezas, aunque ello suponga una pérdida de su libertad.

Fernando Díaz Villanueva enumera y desmonta a su vez, basándose siempre en el devenir de la historia humana y con multitud de ejemplos que hacen la lectura amena y fácil para el lector, lo que considera son los principales miedos que propagan los posibles “salvadores”.

El primero sería la idea de que el mundo va a peor, cuando en todos los aspectos sanitarios, higiénicos, alimenticios, domésticos, educativos, económicos, etc. podemos demostrar que eso es falso.

El segundo es la convicción de que Occidente ha fracasado y se encuentra en un avanzado estado de declive ya próximo a su final. Aquí Fernando analiza los avances que el mundo entero disfruta y nacieron en Occidente, desde el calendario creado por los antiguos romanos, reelaborado por un papa renacentista con los cálculos de unos matemáticos españoles y alemanes; el Estado nación que aparece a finales del siglo XVIII con la Revolución francesa, durante la que también se aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que sería la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; la separación de poderes, el comercio tal y como lo entendemos hoy con la contabilidad por partida doble, las sociedades por acciones, las letras de cambio, los seguros, la banca, las ferias comerciales, los títulos de deuda y la Bolsa de valores; los libros en forma de códice y hasta el traje, la corbata y las normas básicas de etiqueta: estrechar la mano, mantener el contacto visual, respetar el espacio personal de los demás y cuidar la puntualidad. Podemos comprobar, pues, que Occidente no sólo no está en decadencia, sino que su cosmovisión se ha universalizado.

En tercer lugar estaría la pasión insana de llevar el presente al pasado y luego traerlo de vuelta para que un sanedrín lo juzgue y condene de forma implacable. Es lo que se conoce como presentismo, que deriva en el  anacronismo de introducir conceptos, tecnologías, mentalidades, sensibilidades y valores morales propios de una época en otra a la que no pertenecen histórica o culturalmente y hacerlo además moralizando, lo que aboca a la gente al pesimismo por lo mal que se portaron sus antepasados. Esto origina que se busquen soluciones tan drásticas como derribar estatuas y emplear políticamente el pasado, salvando de él sólo lo que nos gusta y exaltando las identidades para ponerlas en pie de guerra contra otros.

El cuarto punto es precisamente la exaltación de las identidades, confinándolas a una sola categoría, que suele estar impuesta desde arriba y es imposible armonizar con otras. Ahí tenemos la identidad del proletariado que daría lugar al comunismo; el fascismo italiano y el nazismo alemán, todos ellos con trágicas consecuencias y millones de muertos en su haber.

A las identidades citadas, en la actualidad se añaden otras nuevas como la orientación sexual, la raza, el género o el origen cultural ampliamente analizadas en el libro.

A ese nuevo identitarismo maximalista y muy activo en política y en los medios de comunicación, se ha unido el identitarismo nacional defensivo, alegando que la identidad de la nación está siendo atacada por personas que provienen de culturas distintas. Se ignora que pocas cosas hay tan maleables y cambiantes como la cultura, ya que las sociedades, y la historia humana lo demuestra, están en cambio continuo y ese cambio, también se demuestra, es imposible de controlar.

La idea de la inmovilidad, de que el cambio acarrea consecuencias negativas, afecta incluso al clima. Aumenta el número de los que, contagiados por las pésimas noticias que les dan los periodistas respecto al cambio climático, se han persuadido de que el final está cerca y lo único que nos queda para evitarlo es empobrecernos. Más o menos volver a las cavernas.

Antiguas o modernas, deberíamos saber a estas alturas que las identidades son siempre individuales, porque todos somos únicos e irrepetibles. Eso es motivo de celebración, no de tristeza.

El quinto miedo atañe a los hispanos, sobre todo a los españoles cuando insistimos en una excepcionalidad histórica que amarga la existencia e impulsa a señalar culpables, o peor aún, a enfangarse en la soberbia, que es peor que el pesimismo. España es una gran nación y conocer su historia resulta fundamental para entender la historia del mundo. Pero no hay nada especial en ella o, al menos, nada más especial que la historia de cualquier país de Europa occidental. Utilicémosla como maestra para entender el presente, pero nunca como verdugo para fustigarnos a nosotros mismos.

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