UN PADRE DE PELÍCULA

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De Antonio Skármeta he leído tres obras: El cartero de Neruda, Los días del arcoíris y, la pasada semana, Un padre de película.
En las tres se reconoce el estilo inconfundible del escritor chileno: mirada amable y compasiva sobre las cosas y sobre las personas, lo que lleva consigo que los personajes de estas obras suelan “caer bien”; siempre hay poesía y ternura en las descripciones de paisajes, costumbres y gentes; en el fondo de las historias se adivina un poso de tristeza resignada, ante la imposibilidad de alcanzar los sueños más altos y ocultos.
Este pequeño libro, que se lee en un soplo, reúne todas esas características, por lo que se libra de ser una historieta folletinesca con un título que despista y de la que se puede contar muy poco, ya que, al tratarse de un relato corto, el desenlace llega enseguida.
Baste decir que el protagonista es un maestro, cuyo padre, un francés afincado en el pueblecito en el que se desarrolla la trama y casado con una oriunda del mismo, desaparece del lugar el día en el que el hijo regresa a casa con su recién obtenido título.
La nostalgia por el padre ausente, la tristeza de la madre abandonada, el trabajo en la escuela y como traductor, la amistad con el molinero, las pocas expectativas de futuro, su carácter tímido y apocado, determinan la vida del muchacho, hasta que sucede algo que lo cambia todo.
O no. La historia queda abierta y el final, a la imaginación del lector.
Como lectora, en estos casos yo siempre imagino finales necesariamente felices.

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