ÉBANO

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1864

«Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos África. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe”.

Inicio el comentario del libro de hoy titulado Ébano con un fragmento de la presentación que su autor, el periodista polaco y Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003, Ryszard Kapuscinski, nos hace de él en la segunda página. Fragmento que he elegido porque, tras haber terminado su lectura, considero que África, al menos para mí, existe como tal.
Existe porque a lo largo de los veintinueve pequeños relatos independientes entre sí que contiene el libro, Kapuscinski, mientras recorre el continente de océano a océano, con poco dinero y compartiendo las penalidades de la mayoría de sus habitantes, explica en primera persona sus experiencias en los territorios que visita, y casi todo lo que ve y experimenta es negativo.
El calor de los trópicos, un infierno húmedo; el sol que en el Sahara coagula la sangre, entumece y paraliza; la sed que es una sensación mortificante y destructiva; el olor que enseguida nos hará conscientes de que nos encontramos en ese punto de la tierra en que la frondosa e incansable biología no para de trabajar: germina, brota y florece, y al mismo tiempo padece enfermedades, se desintegra, se carcome y se pudre; las enfermedades: la tuberculosis, la malaria que convierte a la persona en una piltrafa humana; los animales, desde los mastodónticos elefantes a los fieros leones, las serpientes o los ejércitos de mosquitos, hormigas, ciempiés, arañas, escarabajos, moscas, polillas, miles y miles de criaturas diminutas a las que no soy capaz ni de describir ni de nombrar.
A todo lo anterior se añade el hambre, la miseria, el hacinamiento en suburbios inmundos, las guerras tribales y la utilización de niños en las mismas; deteniéndose en este último apartado sobre todo en Ruanda y en el enfrentamiento entre tutsis y hutus que provocó, según algunas estimaciones, más de un millón de muertos, lo que lleva a que el escritor termine por creer que en la primavera de 1994 el diablo se encontraba precisamente allí.
Junto a las guerras, el analfabetismo, las supersticiones, el tribalismo que considera al otro un enemigo, y hay dónde elegir: en tiempos anteriores a la colonización y a la conferencia de Berlín (1883-1885) que llevó a cabo la división de África en cincuenta naciones, en el continente existían más de diez mil países entre pequeños estados, reinos, uniones étnicas y federaciones.   
Pero a pesar de lo que pueda parecer por lo escrito hasta ahora, Ryszard Kapuscinski no juzga ni exagera, sólo describe y analiza lo que ve, remontándose en muchas ocasiones a la trágica historia de África: el mercado de esclavos, la explotación de los recursos por los países colonizadores y el total desprecio de éstos por la población original del territorio; la esperanza en la descolonización que quedó en desengaño y amargura al ponerse al frente de los nuevos estados personajes corruptos, tutelados casi siempre por las antiguas metrópolis que pretendían asegurarse así los privilegios económicos de antaño, y se pregunta sin encontrar respuesta qué hacer con millones y millones de personas con su energía sin emplear, con el potencial que llevan dentro que nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El de miembros de pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?
Ébano, considerada la obra más importante Ryszard Kapuscinski se publicó por primera vez en 1998 (ya va por la edición duodécima), entonces no andaban por África los terroristas de al-qaeda ni los del estado islámico ni los de Boko Haram; no había comenzado una nueva guerra civil en Sudán ni diezmado a la población de varios países la epidemia de Ébola ni…
Ryszard Kapuscinski murió el año 2007. La última frase de Ébano dice así: Todavía era de noche, pero se aproximaba el momento más maravilloso de África: el alba.
 

 

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