SIN DESTINO

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El pasado 31 de marzo a los 86 años murió en Budapest, ciudad en la que había nacido, Imre Kertész, superviviente del Holocausto y Premio Nobel de Literatura 2002.
Imre Kertész pertenecía a una familia de clase media, sus padres estaban divorciados, ambos se habían vuelto a casar y él vivía con su padre y su madrastra en Budapest en 1944. Tenía 14 años y las inquietudes de un adolescente normal cuando los nazis invadieron Hungría y los judíos comenzaron a ser deportados a campos de exterminio. El primer deportado fue su padre, al que nunca más volvería a ver; después le tocó a él junto a un grupo de amigos. Estuvo en Auschwitz, en Buchenwald y en Tröglitz/Rehmsdorf. Transcurrido un año, cuando el hambre y las penalidades habían acabado prácticamente con su resistencia, terminó el horror de los campos y regresó a casa encontrándose con su madre.
Poco a poco, en el Budapest comunista en el que la libertad era también una quimera, Imre Kertész, intentó encontrar su sitio. Realizó distintos trabajos y empezó a escribir la obra que le haría famoso, aunque en Hungría pasase desapercibida tras su publicación; se trata de Sin destino, un libro en parte autobiográfico, protagonizado por György Küves, un chico de su misma edad al que hace vivir circunstancias de su propia vida en clave literaria.
Cuenta Imre Kertész que a los 25 años leyó El extranjero de Albert Camus; en húngaro, la palabra extranjero se traduce como indiferente, desapegado, liberado y la escritura de Sin destino a la que se dedicó entre 1960 y1975 supuso, en parte, una liberación.
Sin destino es así un libro escrito desde el desapego, el adolescente cuenta lo que vive día a día, sin recrearse en el horror sino en el paso del tiempo, la forma que tiene de llenar cada segundo vivido en los campos. Tampoco el autor cae en falsos patetismos, con lágrimas en los ojos siempre se ve peor, asegura; ni pone de manifiesto la maldad de los distintos personajes, incluso, se detiene más en las manifestaciones de bondad. La maldad absoluta era el proyecto en sí, lo que considera el trauma más grande del hombre europeo desde la cruz.
Quizá esa manera de describir unas determinadas circunstancias traumáticas, sin culpar a nadie, sin hacer reproches, hizo que su obra tuviese una acogida extraordinaria en Alemania, país que adoptó como suyo y al que donó el archivo que poseía sobre el Holocausto, que dice supuso el fracaso de nuestra civilización cristiana y humanista forjada a lo largo de los siglos.
Un fracaso de muchos, no sólo de Alemania, sino de la mayor parte de los que en Europa tomaban decisiones, que permanecieron de brazos cruzados, miraron hacia otro lado o fueron cómplices de la catástrofe. Algo que Imre Kertészvivió en Hungría y sobre lo que reflexionó en profundidad para escribir un testimonio lúcido y desapasionado que tuviera como base su experiencia.
Sin destino es también una obra sobre la libertad del ser humano para tomar sus propias decisiones. Imre Kertész en los campos eligió vivir; al ser liberado y ofrecérsele la oportunidad de abandonar Hungría, eligió quedarse, aun teniendo que soportar un nuevo totalitarismo; y al enfermar gravemente de Parkinson, eligió aguantar hasta el final, no deseaba añadir su nombre a la lista de todos los supervivientes de los campos que optaron por el suicidio: No quiero que puedan decir que yo mismo ejecuté la sentencia.
Imre Kertész, además de Sin destino, escribió otros muchos libros que yo no he leído. En el periódico compruebo que se acaba de editar la última entrega de sus diarios (2001-2009). Será interesante conocer qué opinaba en esos años de Europa.

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