LA SANGRE Y EL ÁMBAR

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En la línea de los libros de viajes de mi admirado Javier Reverte, en los que cabe el humor, la historia, la literatura, la geografía, el cine…; y están repletos de vivencias personales que los hacen en especial cercanos, se encuentra  el libro que hoy traigo a Opticks.
Se trata de La sangre y el ámbar, su autor es David Torres y fue publicado en el año 2006 por Ediciones B.
La sangre y el ámbar es el relato del un viaje a Polonia que David Torres realizó en el 2004, acompañado de Aska, su novia nacida en ese país. La intención inicial del viaje era entrevistar a Stanislaw Lem, famoso autor de ciencia-ficción al que tanto David como su grupo de amigos admiraban.
No obstante, la entrevista, que finalmente pudo efectuar, aunque al anciano autor le interesaba más hablar de España que de literatura, supone sólo una página en una obra que apasiona de principio a fin, porque el autor se implica sentimental, anímica y hasta físicamente en ella.
Está claro que el hecho de viajar acompañado por una persona querida que conoce el país y habla polaco (David Torres confiesa que es una nulidad para los idiomas), ayuda a vivir de un modo más intenso las distintas realidades que se presentan. También es cierto que el escritor madrileño conocía la historia de Polonia: “Una nación que había sufrido como ninguna otra en Europa, que había sido humillada, traicionada y pisoteada, martirizada durante el horror de la invasión alemana, apaleada en el letargo del comunismo, convertida en matadero y en gueto, y que sin embargo había sobrevivido a todo”.
Junto al sufrimiento provocado por las invasiones y los grandes totalitarismos, cuyas huellas permanecen vivas en Auschwitz, Treblinka, Katyn y tantos lugares testigos del horror, en Polonia se mantiene de igual modo vivo el legado de aquellas personas que han destacado en campos relacionados con la cultura, la ciencia, el deporte o la política. Un legado al  que el autor alude intercalándolo en la narración conforme visita los lugares relacionados con alguno de ellos o reproduce situaciones que le hacen recordarlo.
Así tenemos, entre otros, a Copérnico, Isaac Singer, Marie Curie, Frédéric Chopin, Arthur Rubinstein, Joseph Conrad, Ryszard Kapuscinski, Jerzy Kukuczka, Lech Walesa, el cardenal Wyszynski o Carol Wojtyla, futuro papa Juan Pablo II. A los tres últimos dedica David Torres un capítulo completo de su libro, confesando las simpatías que le inspira Lech Walesa porque con su tozudez, su carisma y su coraje  consiguió el 31 de agosto de 1980, en los astilleros de Gdansk, firmar el tratado que anunciaba el nacimiento del sindicato Solidaridad, “una rúbrica que había costado ríos de sangre, decenios de lucha callejera, encarcelamientos, palizas, asesinatos, destierros, hambre, huelgas, cierres de fábricas y que suponía la primera herida mortal del sistema comunista”. En este desenlace el papel de la Iglesia polaca es fundamental, Walesa decía que “él era la acción pero Juan Pablo II era la palabra, la inspiración, el espíritu”./em>
Todo lo anterior, con ser importante, habría quedado en una sucesión de hechos históricos enumerados uno tras otro en manos de un escritor que no tuviese la capacidad de implicarse e implicar al lector en todo lo que cuenta. David Torres capta el alma de Polonia y la transmite de manera rotunda con descripciones que apetece volver a leer por la belleza o la profundidad de su contenido.
Hay ocasiones en las que un libro te ha gustado y aportado tanto que no acabas de encontrar las palabras adecuadas para terminar su reseña. Es por esa razón por la que hoy quiero concluir con lo que se dice a sí mismo David a punto ya de regresar a casa:
“No me iba con las manos vacías. Había visto la nieve, la sangre y el ámbar. Había conocido a borrachos y a héroes, a marinos de río y a recepcionistas imbéciles, a funcionarios mezquinos y a abuelas hermosas… Había recopilado toda clase de especies en extinción: músicos, lobos, bisontes, montañeros, lenguas muertas… Había admirado las altas torres de Santa María en Cracovia y las grúas oxidadas de los astilleros en Gdansk. Había llorado ante las alambradas de Auschwitz y las piedras desnudas de Treblinka… Y en las calles pobres de Varsovia y en el barrio judío de Kazimierz me había reencontrado con mi infancia”.

 

 

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