LOS VENCEJOS

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Me enfrento a Los vencejos, nueva novela de Fernando Aramburu que publica la editorial Tusquets, con curiosidad y cierta prevención. De Fernando Aramburu he leído tres libros, Viaje con Clara por Alemania, Patria y Autorretrato sin mí, muy diferentes en su contenido pero merecedores los tres de ocupar un hueco en mi biblioteca.

Así que, obvio las impresiones del pasado e intento averiguar si, según mi parecer, este voluminoso cuarto libro está a la altura de los anteriores.

El protagonista de Los vencejos se llama Toni y es un profesor de filosofía de 54 años que piensa suicidarse. La intención y fecha de su suicidio la fija de antemano, será en julio de 2019. Hasta ese momento, a lo largo de un año, en primera persona, construye una crónica particular relatando su vida en el pasado y en el presente, sin perder nunca de vista a los vencejos de los que envidia, sobre todo, la libertad inconsciente que disfrutan.

En la actualidad Toni vive solo, está divorciado de Amalia, una periodista de radio que ha resultado ser lesbiana. Tiene un hijo, Nikita, mal estudiante, lleno de tatuajes y viviendo de okupa junto a un grupo de amigos. Trabaja en un instituto dirigido por una dictadora e imparte unas clases que le interesan poco. Con su padre, que murió joven, no se entendió jamás. Su madre, enferma de Alzheimer, vegeta en una residencia en la que la higiene es escasa. A su hermano pequeño, obeso y apocado, no soporta desde que nació; ahora, adulto, casado y con dos hijas, procuran no encontrarse.

Todos estos desastres actuales empeoran cuando Toni se refiere al pasado, ya que la narración avanza y retrocede según el parecer del relator. Habla del desastroso matrimonio de sus padres, del fracaso del suyo; se regodea en las nefastas características físicas y morales de sus suegros; insiste en el odio que sentía por su hermano, en la decepción que supuso descubrir que su hijo no era precisamente una lumbrera, en lo que le molesta la rutina y el mal ambiente con alguna excepción (que por cierto se muere) del instituto.

Lo único positivo que existe en la vida de Toni es la perra que compró a Nikita y que ni éste ni Amalia quisieron tras la separación. La perra, Pepa, es una buena compañía; también su único amigo que perdió una pierna en los atentados de Atocha y al que llama por ese motivo, aunque él lo ignora, Patachula; y Tina, una muñeca sexual con la que se satisface después de haber frecuentado bastante a prostitutas.

La crónica de tantos males la adereza el profesor a partir de textos filosóficos o literarios alusivos a sus desgracias con los que reflexiona, justificando aún más la decisión de quitarse la vida; algo que Patachula, al que le aparecen de vez en cuando unas pústulas muy desagradables en diversas partes del cuerpo, también ha decidido hacer.

Con sinceridad, al llegar más o menos a la mitad del libro, el protagonista, fustigándose sin piedad y no mostrando ni empatía ni sentido del humor en las muchas páginas que ocupaban sus desastrosas vivencias, me caía tan mal, que estuve a punto de dejar la lectura.

Cierto es que Aramburu, quizá pensando hacer en paralelo una crónica de nuestro tiempo, presenta en estas páginas personajes y situaciones propios de la sociedad actual: una mujer lesbiana, unos okupas, el trauma del divorcio, la sociedad de la apariencia, la degradación de la enseñanza, el bullying, la eutanasia, las residencias de ancianos y el Alzheimer, el maltrato doméstico, los animales como escudo para la soledad, las muñecas sexuales, etc.

Sin embargo, el personaje principal no resulta creíble y las particularidades sociales que he enumerado anteriormente, que aparecen con cierta frecuencia en los distintos medios de comunicación, no conmueven ni hacen pensar más que cuando las lees en el periódico o las escuchas en la radio; insisto, al menos en mi caso.

Antes he referido que en la primera mitad del libro, más o menos, Toni, con ser irreal, me caía muy antipático; era lógico que quisiera suicidarse. Pasada esa mitad, y poco a poco, los pensamientos del profesor y su manera de actuar con los otros, sin que en ningún momento abandone su plan de suicidio, se suavizan; hasta llegar al final de la obra, que no adelanto y dejo que descubran los pacientes lectores.

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