EL ÚLTIMO BARCO

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El mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es leer sus libros.

El pasado 18 de mayo, Domingo Villar murió en Vigo, ciudad en la que había nacido hace cincuenta y un años.

Domingo Villar era escritor, un buen escritor, y por todo lo que he leído y escuchado sobre él estos días, Domingo Villar era también un hombre bueno.

Es precisamente la bondad lo que destaca en la novela de Domingo Villar que hoy traigo a Opticks y con la que pretendo hacer su figura presente en esta página. Se titula El último barco y fue editada por Siruela en el año 2019.

Son varias las cuestiones a destacar en El último barco, además del lado bondadoso de casi todas las personas que lo protagonizan.

Primero, el lugar en el que se desarrolla la historia, Vigo y su ría, paisajes e instituciones descritos con el detalle y el cariño de alguien que se siente vigués y se enorgullece de serlo.

Segundo, la personalidad de Leo Caldas, el inspector de policía que inauguró la saga con Ojos de agua, junto a Rafael Estévez, su ayudante aragonés que no acaba de entender los recovecos mentales de los gallegos.

Tercero, la figura del padre del inspector, su especial filosofía de la vejez y su sentido de la libertad.

Cuarto, Napoleón, el peculiar mendigo acompañado por su perro Timur, que eligió para ejercer su oficio, aderezado con reflexiones en latín por las que cobra unas monedas, la puerta de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, ciudad en la que trabajaba Mónica Andrade, la profesora de cerámica desaparecida a la que el inspector habrá de buscar a lo largo de todo el libro.

Quinto, junto al padre del inspector y a Napoleón, el Doctor Andrade, controvertido personaje presente en la narración desde el principio;  Camilo, un joven en apariencia autista extraordinario dibujante, y Walter Cope, el biólogo inglés que fotografía animales y afirma, refiriéndose a Napoleón, que el mendigo es la prueba de que riqueza y sabiduría navegan mares distintos; también responde a la pregunta de Leo Caldas de si echa de menos su tierra que Galicia no es tan distinta de Inglaterra. El sentido del humor es parecido. Allí tampoco decimos las cosas abiertamente, las dejamos bailando en el borde de la mesa para que se caigan solas, como aquí. Algo que comprobaremos saca de sus casillas al aragonés Rafael Estévez.

Sexto, centrándonos ya en la construcción del relato, el hecho original de colocar al principio de cada uno de los pasos que conforman la trama, una palabra significativa en ellos y los distintos significados de la misma que aparecen en el diccionario.

Séptimo, la trama en sí, desarrollada como he dicho antes, destacando el lado bueno de los que podrían haber sido culpables de la desaparición de la mujer. La única excepción es el conductor del programa de radio en el que participa el inspector, avasallador y sensacionalista, y el asesino que hay que encontrar.

Octavo, la detallada explicación de los oficios que se estudian y practican en la Escuela: ceramistas, pintores, lutiers, así como la historia de la institución viguesa.

El último barco tiene más de setecientas páginas que se hacen cortas por lo bien escritas que están y el interés que despierta en el lector lo que se cuenta en ellas.

Una manera de escribir a la que se refiere Domingo Villar cuando en el periódico El Mundo le preguntan por ellas: Yo he trabajado con lutiers para esta novela y me he sentido un poco como ellos: busco materiales, buenas maderas, intento tratarlas con paciencia y con cariño y espero a que luego suenen bien.

Un hermoso y permanente regalo será para nosotros, lectores y lectoras, ese sonido.

 

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