ROMA SOY YO

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Yo siempre he querido escribir sobre César, pero sentía que debía merecer escribir sobre él. Sólo después de Escipión, Trajano y Julia, de dos trilogías y una bilogía, sólo después de haber escrito más de siete mil páginas sobre la antigua Roma, sólo después de sentir que empiezo a tener una comprensión global del mundo romano, sólo entonces me he sentido con capacidad suficiente para acometer el que, sin duda, será mi mayor desafío literario.

De este modo Santiago Posteguillo justifica la nueva trilogía que ha empezado a escribir, de la que acaba de publicar el libro que hoy traigo a Opticks. Se titula Roma soy yo  y está editado por Ediciones B.

De las palabras de Santiago Posteguillo deducimos que es un admirador de Julio Cesar, por lo que hará todo lo posible para que esa admiración la sintamos también los lectores.

Ése es el único fallo que encuentro en Roma soy yo. El César que nos presenta el autor tiene todas las virtudes y ningún defecto. Virtudes que acompañan a muchos de sus amigos y familiares. Mientras que los enemigos adolecen de lo contrario. Veremos qué ocurre en próximas entregas.

En este primer volumen de la trilogía, narrado en tercera persona, se alterna la historia de la infancia de César con el momento en el que, ya casado, padre de una hija y con 23 años, actúa de fiscal en el juicio que los macedonios, dominados por Roma, se enfrentan al senador Cneo Cornelio Dolabela, al que acusan de corrupción, malversación y violación mientras fue gobernador de su territorio. Corría el año 77 a. C.

Cayo Julio César pertenecía a una familia aristócrata pobre que hacía remontar sus orígenes a Julo, hijo de Eneas, sangre de Marte y de Venus. Esta ascendencia heroica y divina se la recuerda muchas veces a Cesar su madre, Aurelia, una inteligente mujer que intenta que su hijo actúe según su noble estirpe.

Cuando César nació, en pleno apogeo de la República, Roma dominaba extensos territorios que proporcionaban grandes y variadas riquezas. El problema era que esas riquezas las disfrutaban sobre todo los patricios,  casi todos senadores, que se llamaban a sí mismos optimates y se creían superiores e intocables.

Frente a este poderoso grupo social, estaban los llamados populares, partidarios de un reparto equilibrado de las riquezas, que tenían poco que hacer ante los optimates y sus sicarios. Recordemos lo que ocurrió con los Gracos cuando fueron elegidos tribunos de la plebe.

En ese ambiente crece Cayo Julio César, tutelado en parte por su tío Cayo Mario, siete veces cónsul, vencedor en legendarias batallas,  perteneciente a los populares y, por tanto, enemigo mortal de Dolabela y de su mentor, el líder supremo de los senadores optimates, Lucio Cornelio Silà que se convertirá en dictador.

Muy joven, Cesar se casó con Cornelia, en una boda organizada por las familias respectivas; pero fue una unión en la que los contrayentes terminaron queriéndose de verdad (eso dice el libro). De hecho, cuando Sila ordenó a Cesar que se divorciase de su esposa, él prefirió el exilio.

En la época en la que los macedonios lo eligen como fiscal, ya que sólo podía ejercer de tal un ciudadano romano, Mario y Sila  han muerto y el poder continúa en manos de los optimates que utilizan cualquier medio por violento que sea para no perderlo.

Por lo tanto, la madre de César y su amigo de la infancia, Labieno, con importante papel en la historia, intentan que no acepte el encargo en un juicio que consideran perdido de antemano; saben que Dolabela comprará al jurado y ordenará matar a los que apoyen a los macedonios.

Pese a todo, César acepta el reto. El juicio se celebra y supone la presentación en la sociedad romana de un joven que hasta entonces había pasado inadvertido.

Batallas descritas con minuciosidad, luchas por el poder, violencia extrema, pasajes de felicidad doméstica; detallados viajes por las tierras conquistadas, como el que César realiza a Macedonia, patria de Alejandro, en la preparación del juicio; brillantes estrategias argumentales con las que el joven fiscal intenta defender a los macedonios y, a través de ellos,  la Roma que él desea.

Todo esto y mucho más que el posible lector deberá descubrir, unido a la forma amena de escribir característica de Santiago Posteguillo, a su capacidad como narrador y a la extensa documentación con la que prepara todos sus relatos, hace que Roma soy yo se lea con interés, a pesar de sus 752 páginas.

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