“Desempeñar un trabajo con el corazón” y si te eligen para un cargo directivo, “guardar el sentido de las proporciones, ahora que el mundo ha perdido completamente esta noción”.
El que habla es un profesor de griego y latín, cuya vida docente se desarrolla en Brookfield, una escuela pública ficticia de una ciudad de provincias inglesa sobre todo durante la Primera Guerra Mundial; el relato incluye algunos estragos de la misma sin recrearse en ellos, sino en lo que supusieron para la sociedad inglesa de esa época.
El libro que narra la vida de este profesor se titula Adiós, Mr. Chips, su autor es James Hilton, se publicó en el año 1934, está editado actualmente por Trotalibros Editorial y tiene sólo 114 entrañables páginas.
Digo entrañables por la manera cómo transcurre la existencia del tímido Sr. Chipping, desde que en 1870 con 22 años llega a Brookfield, hasta que muere con 85 poco después del ascenso de Adolf Hitler al poder.
Esta larga vida de una persona que desempeña con el corazón su trabajo se ve recompensada por el cariño, la admiración y el respeto con el que van tratándole conforme pasa el tiempo alumnos y compañeros, hasta el punto de que, una vez jubilado a la edad reglamentaria y dada la escasez de docentes que puedan desempeñar las labores de dirección, (muchos han sido movilizados y mueren en el frente), le encargan que dirija el colegio.
De ahí hacerlo guardando el sentido de las proporciones, escuchando mucho, respetando las ideas de los demás y adoptando las más válidas, con la actitud positiva y el humor que descubrió en él su esposa, Catalina, una joven del 25 años vitalista, que leía y admiraba a Ibsen, a la que conoció en vacaciones, cumplidos ya los 48, y le puso el apodo de “Chips”.
Catalina murió al dar a luz. Pero tampoco el libro se centra en lo que ese hecho tiene de tragedia, sino en el amor compartido por ambos, las innovaciones que la mujer aporta a la comunidad y al colegio y lo que su compañía supone para Chips en el breve tiempo en el que conviven. Catalina era un paréntesis de luz y de emociones en sus recuerdos.
Tras la muerte de su esposa, Mr. Chips deja el apartamento que compartían, alquila una habitación frente al colegio, lleva allí sus libros y lo más preciso y abre las puertas de este nuevo hogar a los nuevos alumnos y a los profesores que quieren visitarlo, preparándoles un té.
Mr. Chips, como cualquier maestro que ha tenido la suerte de “enseñar con el corazón”, intentó siempre memorizar los nombres y los rostros de los chicos a los que daba clases.
Yo recuerdo… recuerdo… Pero lo que más recuerdo son las caras de ustedes. Nunca las olvido. Tengo millares de rostros en la memoria… Los recordaré siempre, tal como los he conocido en el colegio. ¿Qué culpa tengo yo de que ustedes hayan cambiado? Yo tomé las instantáneas para mi memoria en la clase, en el patio, en la cancha de juegos y allí siguen siempre niños, con las miradas brillantes, las risas y los pelos al viento, ingenuos y alegres.
Bendita profesión que deja en la memoria esos recuerdos, recogidos en Adiós, Mr. Chips, un pequeño libro muy bien escrito que debería ser lectura obligatoria para un buen número de directivos y docentes actuales.