El libro que hoy traigo a Optiks, a ver si con él contribuyo a “refrescar” el ambiente, se titula Pushkin, Tolstói, Chéjov. Tres tormentas de nieve. El prólogo está escrito por Ricardo Menéndez Salmón, la traducción del ruso corrió a cargo de Lidia Kúper y lo edita El Aleph.
Como su nombre indica, la obra contiene tres historias que transcurren durante una tormenta de nieve en el interior de Rusia. Advierte Mario Muchnik, en una breve nota al presente volumen, que su unidad emana de que la tormenta es una metáfora espléndida para asomarse a la intimidad rusa; es más, que la tormenta es el alma rusa.
Si repasamos la vida de Aleksandr Pushkin, Liev N. Tolstói y Antón Chéjov entenderemos hasta qué punto es esto cierto, aunque la concreción de dicha alma varía según la sensibilidad de cada uno de ellos.
Pushkin el mayor de los tres, a pesar de su temprana muerte, está considerado como el padre de la literatura rusa moderna. En él pervive la influencia europea del romanticismo patente en su relato, que titula La tormenta, y que escribió en 1830.
Tomando como marco las guerras napoleónicas, en una narración con características propias del romanticismo, una tormenta altera de forma radical y sorprendente los planes de dos jóvenes enamorados, a los que separan diversas convenciones sociales. Él es un alférez con pocos recursos y ella una rica heredera aficionada a la literatura francesa, rodeada de multitud de pretendientes que la consideran un buen partido.
En la educación de María Gavrílovna, una joven de diecisiete años pálida y esbelta, habían influido grandemente las novelas francesas y, por consiguiente, estaba enamorada. El amado era un pobre alférez que disfrutaba de sus vacaciones en la aldea, que le pertenecía.
Muy distinto es el tono del relato de Tolstói: Una tormenta de nieve (1856). Aquí no hay enamorados dolientes ni corazones afligidos por las convenciones de la época, sino un trayecto entre dos estaciones de postas en los inmensos territorios del ejército del Don.
Según parece, Tolstói vivió una experiencia similar a la que recoge el relato. El 24 de enero de 1854, al regresar del Cáucaso, se topó con una tormenta de nieve que le mantuvo perdido toda la noche. Sano y salvo, con el propósito de escribir sobre ese hecho, apunta en su diario: “Para triunfar en la vida hay que ser valiente, resuelto y conservar la sangre fría”.
El viajero protagonista de Una tormenta de nieve se enfrenta a parecidas dificultades, ha de cambiar de trineo y de cocheros según las circunstancias, y entre duermevelas y representaciones oníricas, describe lo acontecido durante una larga y complicada noche, incidiendo en los hombres que le acompañan, entre los que se encuentran los encargados del correo que se anuncia con un sonido de cascabeles.
La troika del correo, de caballos fuertes con cascabeles de cazadores, corría delante a todo trote. El cochero, sentado en el pescante, los animaba con sus gritos. Detrás, en el centro del trineo vacío, iban dos cocheros y les oía hablar y reír. Uno de ellos fumaba en pipa y una chispa encendida iluminó parte de su rostro.
Mirándolos, sentí vergüenza por mi temor, y al parecer mi cochero sintió lo mismo, porque al unísono dijimos: “Vamos a seguirlos”.
El relato de Chéjov se titula En el camino, y si en Pushkin la tormenta es una excusa para el enredo amoroso y en Tolstói para describir un paisaje abrumador y unos tipos humanos representativos, en Chéjov la tormenta, que sólo se escucha y presiente, es el elemento dramático en el que se encuadra la historia de Grigor Petrovich Líjariev, viajero atormentado que arrastra un pasado de excesos e idealismos sin fuste, y se ve obligado por la tormenta a refugiarse en una venta en compañía de su pequeña hija. Allí coincide con una joven que ha de interrumpir también su viaje. Ambos mantienen una detallada y profunda conversación.
Yo creo que la fe es una facultad del espíritu. Igual que el talento, hay que nacer con ella. A juzgar por mí mismo, por la gente que he conocido a lo largo de mi vida, por todo cuanto he visto, esa facultad es propia de los rusos en sumo grado. La vida del pueblo ruso nos brinda una serie ininterrumpida de creencias y apasionamientos, pero hasta la fecha no me he encontrado con la negación y la falta de fe. Si un ruso no cree en Dios significa que cree en otra cosa.
Otro aspecto vital del alma rusa.