ROSA CANDIDA

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La semana pasada, al hablarles de Gog, el libro escrito por Giovanni Papini, me referí a un relato contenido en el mismo que el autor titula Paidocracia.
Como su nombre indica, dicho relato alude al poder de los jóvenes y a su influencia sobre el devenir de las sociedades occidentales. Influencia que podía apreciarse en el arte (surrealismo y dadaísmo), en el auge de la novela, la obsesión por los records; la importancia del cine, que no exige reflexión ni cultura; las diversiones populares o el deporte, que tampoco requieren un excesivo esfuerzo intelectual, etc.
Todo esto y mucho más me ha venido a la mente mientras leía Rosa candida, una novela recién publicada de la autora islandesa Audur Ava Ólafsdóttir, premiada con multitud de galardones.
El protagonista de Rosa candida es un joven de veintidós años que viaja hasta un antiguo monasterio para encargarse de cuidar el jardín, famoso por su extraordinaria rosaleda, y que ahora, al envejecer los monjes encargados de él, se encuentra en muy malas condiciones.
El joven es el que nos cuenta la historia narrada en el libro: padre mayor, hermano gemelo autista, madre muerta en un accidente de coche e hija de pocos meses, fruto de una relación imprevista y momentánea.
Con este bagaje, el joven emprende el viaje hasta el lejano monasterio, situado en una población pequeña y apartada, de la que no conoce ni tan siquiera el idioma habitual.
Lo que sucede durante el camino y al llegar al lugar en el que desempeñará su trabajo, pertenece a la trama desarrollada en la novela y que, por razones obvias, debo dejar descubran los posibles lectores.
Y, como además de un jardín, un monje aficionado al cine y una chica de ojos “verdiazules”, hay un bebé por medio un tanto singular, creo que Rosa candida posee los ingredientes necesarios para considerarla fruto de aquella paidocracia de la que habló Papini.
Pero también resulta de justicia decir que se trata de una obra agradable, en la que todos los personajes son buena gente, y puede hacernos pasar un rato de lectura ameno y relajado.
Por supuesto, no habrá necesidad de que durante ese rato nos veamos obligados a realizar esfuerzo intelectual alguno.

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