¿QUIÉN DIJO MIEDO?

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Ante la admiración que decía sentir por Guy de Maupassant la bibliotecaria protagonista de “Signatura 400”, busqué una obra del autor francés y encontré un conjunto de relatos con el título de “El Horla y otros cuentos fantásticos”.
En el prólogo se presentan como ingredientes principales de los cuentos “el misterio, la locura y los crímenes motivados por diversas presiones más o menos inexplicables a las que el ánimo humano se ve sometido”.
Conforme me adentraba en el libro, fui recordando obras similares constituidas igualmente por un conjunto de relatos de características parecidas. La primera de estas obras que alteró algunas noches de mi adolescencia y me sirvió después para entretener y motivar a ciertos alumnos, fue escrita por Gustavo Adolfo Bécquer, ¿quién no conoce sus famosas Leyendas?
Llegaron más tarde las Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe, algunos cuentos de Julio Cortázar y, por último, el “horror cósmico” de H. P. Lovecraft.
Sin duda ninguna, dejando a un lado miedos adolescentes, los relatos que más me han impresionado (e impresionan), dentro del género terrorífico y fantástico son los de Lovecraft, experto en crear una clase de atmósfera tan extraña y opresiva, que logra provocar en el lector una sensación de angustia y un sentimiento de pavor, al situarlo ante algo desconocido imposible de definir.
Volviendo al autor origen de la entrada de hoy, Guy de Maupassant (1859-1893), igual que sucediera con Lovecraft (1890-1937), Allan Poe (1809-1849) y Bécquer (1836-1870), su vida es corta y profundamente desgraciada; aquejado de sífilis, alucinaciones, intentos de suicidio, etc., muere en una casa de salud.
Previo al internamiento, escribe los últimos relatos en parte como una necesidad de expresar el terror que va apoderándose de su espíritu enfermo, de ahuyentar, convirtiéndolas en materia artística, las pesadillas que le acosaban. Cuentos como «El Horla», «¿Quién sabe?», «La mano» o «Un loco», son la expresión desesperada de un enfermo que siente, poco a poco, su desintegración.
Para terminar y reflexionando sobre lo escrito, me pregunto si a los autores citados, todos maestros en el género, se les puede aplicar aquello de “Yo soy yo y mis circunstancias”. Si los cuatro hubiesen llegado a escribir como lo hicieron rodeados por circunstancias distintas. Nunca lo sabremos.
Ahora sólo nos está permitido especular compartiendo, eso sí, parte de sus terrores y temores, mientras reconocemos el genio que subyace, dispuesto a aparecer y deleitarnos (asustarnos también) en las historias que ellos inventaron.

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