LA TIERRA QUE PISAMOS

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Hace algún tiempo, en concreto dos años, leí una novela de Jesús Carrasco titulada Intemperie. Me pareció tan extraordinaria, que esperaba con ilusión la siguiente obra del escritor extremeño que acaba de ser publicada; se trata de La tierra que pisamos y los protagonistas son un hombre y una mujer en apariencia del todo diferentes, pero cuyos destinos se cruzan mostrándonos que hay un nexo de unión entre sus vidas que alterará el presente y el futuro de ambos.
Leemos en la contraportada de La tierra que pisamos  que la historia que nos cuenta Jesús Carrasco se desarrolla a comienzos del siglo XX. Sin embargo, los acontecimientos fundamentales narrados en el libro podrían estar sucediendo ahora o haber sucedido en cualquier otra época en la que se hable de un ejército invasor, de la destrucción que deja a su paso y de la utilización de los prisioneros para facilitar la vida de los vencedores y de los que después se asentarán en los territorios invadidos.
Así que, aunque encontremos referencias a la guerra civil española, al nazismo y a la colonización en África, lo narrado, insisto, puede aplicarse al gulag comunista, a los campos de trabajo chinos, a las guerras que originaron la desmembración de Yugoslavia; y en la actualidad, al Estado Islámico, la represión de los kurdos por parte de Erdogan y a los refugiados que huyen del horror y la miseria, por citar algunas situaciones en las que se hace realidad aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”.
La tierra que pisamos muestra a un matrimonio ya mayor que vive en una finca rodeada de huertas y jardines alejada del pueblo. El marido, Iosif, es un militar de alto rango jubilado que ha llegado a un estado lamentable de decrepitud física y mental. La mujer, Eva, narradora del relato, cuida a su esposo  sin demasiado esmero y reflexiona sobre lo que ha vivido y vive rodeada de un paisaje que ama. Paisaje que sí pertenece a un lugar concreto, la Extremadura natal del autor, y la forma poética e intensa con la que lo describe la mujer, demuestra el amor que Jesús Carrasco siente por su tierra. En primavera el azahar de los naranjos florecidos lo ocupa todo, especialmente cuando cae la tarde. Días antes de que eso suceda, el árbol siempre envía un mensajero. Jornadas todavía frescas en las que, repentinamente, un hilo fugaz avisa que, en algún lugar de los contornos, la vida ha sido convocada a su renacimiento.
Una mañana, Eva descubre que hay un hombre en la valla que rodea la propiedad, se asusta, coge la escopeta y le grita para que se aleje, él no parece escucharla y entra en el recinto, quedándose en la huerta sin que Eva haga nada por alejarlo en días posteriores, incluso, le proporciona comida.
El desconocido demuestra sentir una atracción especial por la tierra: se arrodilla en ella, la acaricia, la huele, abraza las plantas. La curiosidad de Eva vence al temor y poco a poco va descubriendo, por lo que el hombre le cuenta con dificultad y sus propias averiguaciones, que se llama Leva, nació en ese lugar y su historia es espeluznante.
Eva añade a la historia de Leva sus propios recuerdos: el patriotismo que la condujo allí, la muerte de Thomas, su único hijo, en una guerra absurda; el rígido sentido del deber del marido que obligó al muchacho a alistarse, la relación con los lugareños, los desengaños y las decepciones.
La tierra que pisamos tiene 268 páginas, por lo que no es un libro muy extenso. Lo curioso es que la intensidad de la narración, lo bien construida que está, el cuidado que pone Jesús Carrasco en la elección y utilización del lenguaje, la mezcla que realiza de épica y lírica en una historia que es pura ucronía, te deja cuando cierras el libro, cuya lectura te llevó poco tiempo, dada su brevedad, la sensación de haberte adentrado en territorios extensos y complejos que el autor ha sabido desplegar ante ti con  estudiada habilidad.
Sin embargo, yo sigo prefiriendo el intimismo trágico y lleno de ternura de Intemperie a la monumentalidad un tanto vacua de este proyecto.
   

 

 

 

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