IMPACIENCIA DEL CORAZÓN

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Mi inolvidable amigo Manolo, que seleccionaba con habilidad de orfebre sus lecturas, solía decir que hay libros tan especiales desde la primera a la última página que si hablas de ellos estropeas a los demás la maravilla de su descubrimiento.
Son esos libros cuyo argumento permanece por mucho tiempo en tu memoria y el exquisito cuidado que ha puesto el autor al elaborar el contenido de los mismos te hace pensar que la perfección puede alcanzarse cuando el trabajo se une a las cualidades innatas.
Eso es lo que pienso al terminar de leer Impaciencia del corazón de Stefan Zweig.  
A aquel que tiene le será dado más. Estas palabras del Libro de la Sabiduría las podrá confirmar con tranquila seguridad cualquier escritor en el sentido de que a “aquel que ha narrado mucho le será referido más”.
De esta manera empieza Stefan Zweig su relato, un relato que dice haber recibido por deferencia de su principal protagonista, el teniente Hofmiller, que decide confiárselo a él porque está cansado de que se le considere un héroe de guerra, cuando la vida con nimbo y aureola le parece falsa e insoportable y siempre ha dudado del heroísmo que le atribuyeron y que tan altas condecoraciones le supuso.
Anton Hofmiller hijo de un funcionario austriaco y con cinco hermanos más, ante la precaria situación que vive su familia, se ve forzado a entrar en el ejército, en concreto en el cuerpo de caballería según capricho de una tía rica que le aporta por ello una pequeña renta mensual. A los 25 años, ya teniente, destinan a su regimiento a una pequeña población cercana a la frontera húngara. Allí le hablan de un rico propietario, Lajos von Kekesfalva, que reside junto con su hija, una sobrina y numerosos criados en el castillo que lleva su nombre. La curiosidad provoca que Hofmiller busque ser invitado al castillo y sea presentado al dueño y a otras personas importantes, así como a la sobrina de von Kekesfalva y a su hija Edith, que descubre está paralítica.
En su narración, el teniente incluye, además de la suya, otras dos historias, la de von Kekesfalva y la del doctor Cóndor que atiende a Edith. En las historias de los tres hombres ocupa un lugar determinante la compasión.
Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aun más allá de ese límite.
Stefan Zweig fue un gran viajero, un escritor cosmopolita al que le interesa el conocimiento directo de las gentes, de sus vidas y lugares donde viven, así como de las manifestaciones culturales y los avances de la civilización.
Mientras leía El mundo de ayer: Memorias de un europeo entendí hasta qué punto el escritor austriaco había reflexionado y reflexionaba sobre sí mismo, a la vez que sobre las gentes, lugares y situaciones que iba conociendo. Eso hace que la profundización en los sentimientos de los personajes que protagonizan Impaciencia del corazón resulte tan impactante y certera y que dichos personajes nos parezcan tan creíbles.
En estos tiempos extraños que vivimos es un placer leer a Stefan Zweig. Más aún recordando su declarado pacifismo y el enorme trabajo que realizó en pro de la unidad material y espiritual de Europa, “la gran amistad de las naciones que desconoce las fronteras”.

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