David Sala

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El tren llega a territorio francés después de atravesar un río. Enseguida identifico un pequeño grupo de manifestantes. Las banderas tricolores y el séquito policial dan al conjunto algo de empaque. Más tarde, descubro que se trata de una protesta de los chalecos amarillos. Viajo a Estrasburgo espoleado por el efecto de un impulso. No es una sensación desconocida, pero sí extraña. Viajo por el arrebato que me provoca el feliz descubrimiento del cómic El jugador de ajedrez (Astiberri, 2018) de David Sala. Entre cientos de portadas solo tuve ojos para esta. Luego la lectura, la confirmación de mis expectativas y el arreón eufórico con la compra de la novela original y todo lo publicado por Sala en castellano.

Antes del encuentro, un instante de suspense. Mi móvil se queda sin batería y la comunicación con David, resulta imposible. Pido auxilio a la joven de la International Info point. Mi relato desesperado se traduce en un aviso emitido por megafonía. Enseguida un señor sonriente entra a la estación y se dirige hacia mí. Es él, claro. Entonces me lleva a su casa, charlamos, conozco a Natacha, su mujer, a su hija, me invitan a cenar y finalmente me acompañan al hotel. Una maravilla; el milagro de un impulso.

Dedico la mañana del domingo a recorrer el centro. Pretendo visitar la famosa catedral gótica inacabada. En la puerta, un voluntario advierte que no se admiten visitas porque se ultiman los preparativos de una misa en memoria de las víctimas de la Gran Guerra. Me conformo con rodear el monumento. En la plaza y en las calles contiguas se instalan las luces y las barracas del mercadillo navideño, el más antiguo de Francia. Regreso a la estación. Echo un vistazo a una exposición conmemorativa de la Declaración de los Derechos Humanos. “Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Un mes más tarde, en ese mismo mercadillo, Chérif Chekatt grita “Alá es grande” enmedio de un tiroteo en el que cinco personas perderán la vida. Dos días después él mismo muere abatido por la policía. Escribo a David para transmitirle mis condolencias. En su respuesta me explica: “El atentado tuvo lugar cerca de la librería donde trabaja Natacha. Algunos de sus compañeros se encontraban cerca de los disparos. Estrasburgo se recupera lentamente de la tragedia. Intentamos volver a la normalidad”.

Quisiera que la publicación de esta entrevista contribuyera modestamente a recuperar esa normalidad.

Explícanos cómo llegó a tus manos La novela de ajedrez.

Es una novela que descubrí cuando era estudiante. Me marcó muchísimo, se quedó en algún rincón de mi cabeza, no muy lejos, porque cuando en 2014 la editorial Casterman me preguntó qué proyecto me apetecía desarrollar, respondí: “adaptar El jugador de ajedrez”. Así es que me releí el libro y, me dí cuenta que iba a resultar difícil. No era precisamente una novela muy visual. Intenté exprimir lo mejor posible la historia, como hago siempre. Es un proceso muy lento. Todo el día, toda la noche le doy vueltas… Finalmente encuentro una solución, pero no me preguntes cómo lo consigo. Es algo muy instintivo. Trabajo los instantes más profundos. No hay técnica narrativa, sólo intento explicar la historia con imágenes.

¿Dirías que Stefan Zweig está de moda?

Tengo la impresión que siempre se ha celebrado y leído, al menos aquí. Zweig es respetado porque escribe sobre las emociones humanas y eso nos toca. El jugador de ajedrez es un gran libro, así que la presión era aún mayor. Me pesaba la mirada crítica que pudieran tener los lectores ante una obra tan conocida. Fue un trabajo complicado y dudé mucho. En Francia, sin embargo, las adaptaciones están poco consideradas. No se valora como una creación, como un trabajo de autor. De todos modos, el libro se vende muy bien. Vamos por la quinta edición.

 

Cuando leo una historia así, me parece obligado dar gracias por vivir en paz.

Vivimos en países libres, sin guerras. Mi familia sí ha vivido la guerra, tiene cicatrices y eso me hace estar alerta. Tengo la impresión de que puede volver a suceder. Nada está ganado, es un combate constante. Este libro justamente habla de la victoria de la brutalidad sobre la inteligencia.

En la primera y tercera parte del cómic eres muy fiel a la novela. En cambio, en la segunda —cuando Mr. B rememora el tiempo recluido por la Gestapo— enriqueces bastante el relato.

Ejercer esa libertad fue para mí la parte más difícil. Cómo explicar todos esos sentimientos complejos, el silencio, la soledad que te sumen en la locura. ¿Cómo dibujar aquello que el texto explica tan bien, tan maravillosamente bien? Fue un momento bastante angustioso porque nada en el libro me mostraba el camino.

 

Te has tomado mucho tiempo en pintar los suelos, la cubierta del barco… ¿hay un paralelismo entre los escaques del ajedrez y el “tablero” la vida?

Sí, tuve esta intención, pero he de confesar que también quise dibujar el suelo de mi cocina. Me encanta.

Háblanos del proceso de documentación. 

Consulté algunas fotos, pero la documentación no era lo importante. Los personajes tienen una estética propia de los años veinte, del art noveau, aunque la historia transcurre en los cuarenta. Quería mostrar un mundo al borde de la extinción. Creo que para Zweig era su mundo perdido, una especie de apoteosis justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. El jugador de ajedrez se publicó tras su muerte y la escribió al mismo tiempo que su autobiografía El mundo de ayer. Con estos textos pretendía mostrar la oposición entre ese mundo que desaparecía y este otro terrible que se aproximaba y que podía suponer el fin del mundo.

Y todo sin ordenador. Utilizas un estilo gráfico tradicional.

La técnica es simple: lápiz y acuarela. Mi plan era crear imágenes luminosas pero sin florituras y establecer un contraste entre la oscuridad de la historia y la opulencia del contexto: unos pasajeros bien vestidos y educados embarcados en un lujoso barco… y, en medio de esto, el misterioso Sr. B, que ha vivido en el infierno.

 

¿Cómo conseguiste llegar a Casterman?

Puse unos cuantos dibujos en mi portfolio y llamé a su puerta. Les gusté y lo sorprendente fue que rechacé los primeros proyectos que me ofrecieron. Entonces fui a ver al editor de mi admirado Alberto Breccia. Me dijo que sólo trabajaba con cracks, pero me puso en contacto con el mejor guionista del mundo, Jorge Zentner. Yo no le conocía de nada pero le envié mis dibujos y me invitó a su casa. Entonces vivía en Toulouse. Conectamos enseguida pero me marché de allí sin ninguna historia convincente. Afortunadamente él persistió y vino a verme a Marsella, a mi casa. Todavía me conmueve recordar que alguien como él se dignara a realizar aquel viaje por un jovencito don nadie como yo. Nos sentamos y me preguntó: “Pero vamos a ver David, ¿Tú qué quieres hacer»?. Yo quería una historia que hablase del azar, del destino, del juego…  y esta vez lo conseguimos; en 45 minutos diseñamos tres enfoques diferentes.

 

Desde luego con Replay (Astiberri, 2002) tuviste un debut inmejorable. Ahora te han publicado la versión completa.

Después de salir El Jugador de Ajedrez, advertí a la editorial que se habían agotado las existencias de Replay en las librerías y les persuadí para publicar más ediciones, pero esta vez incorporando las secuencias que me habían censurado. Casterman puso a mi disposición un nuevo equipo, diferente del de la primera publicación. Les enseñé la versión correcta y no podían entender cómo habían podido eliminarme aquellos dibujos. Finalmente pude decirle a Jorge: “hemos salvado tu trabajo”. Esta mañana he recibido un ejemplar de la edición revisada.

Después vinieron las adaptaciones de las historias de Valerio Evangelisti —dos libros publicados en España, cuatro en Francia— basadas en el inquisitor Nicolás Aymerich (Astiberri, 2003 y 2004).

Como nos enfadamos con Casterman por el incidente de la censura, decidimos emprender proyectos personales. Jorge tenía algunas ideas geniales pero ningún editor las quería publicar. Entonces Delcourt editions me propuso adaptar a Evangelisti. Aunque el tema estaba muy lejos de lo que quería hacer, la mezcla entre ciencia ficción, medievo y futuro, me atraía gráficamente y se lo propuse a Jorge. Fue un ejercicio de estilo, probamos con algo diferente y la experiencia también me permitió conocer mejor el negocio del cómic.

En mi opinión no tienen la calidad del resto de tu obra.

Cuando los editores rechazan tus proyectos hay que vivir de algo, no puedes instalarte en el victimismo del rechazo. Todas las propuestas de Jorge estaban bloqueadas por los editores y decidimos aparcar nuestras ideas y experimentar cosas nuevas.

 

Cuando he hablado con ilustradores españoles todos, sin excepción, se han referido a Francia y Bélgica como el mercado europeo deseado. Todos quieren trabajar aquí. Francia es la primera potencia europea del libro ilustrado y el cómic. ¿Por qué esto es así?

Efectivamente Francia es el país del libro. Se ha protegido por ley y conservamos una cultura y un gusto por la imagen, el cómic y la ilustración. Diría también que hay bastante singularidad en los autores franco-belgas. Tenemos nuestros problemas, desde luego: con tanta oferta resulta complicado mostrar tu trabajo.

En estos momentos trabajas en una historia relacionada con la guerra civil y tu familia.

Toda mi familia, excepto mi abuela paterna, viene de España, de Cataluña o del sur. Así es que soy un 80% español aunque no hable el idioma. Mis abuelos consideraban que para adaptarse a Francia, en casa sólo se podía hablar en francés. Es pronto para explicar este proyecto. Todavía lo veo borroso, pero se trata de explorar la influencia que ha podido tener en mí la experiencia de la guerra vivida por mis abuelos.

 

También puedes leer esta entrevista en el número 24 de Opticks Magazine, Odisea, pinchando aquí. 

 

Por Joan Montón Segarra 

 

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