VIOLETAS DE MARZO

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En los últimos meses, por circunstancias que no vienen a cuento, procuro ir de mi corazón a mis asuntos y quedarme todo el tiempo posible enredada en ellos. Esta nueva actitud conduce a que repare en aspectos de los citados asuntos que antes me habrían pasado inadvertidos.
Es lo que acaba de sucederme con el mes de marzo y el libro que hoy traigo a Opticks, cuya publicación supuso a su autor el prestigio en el género negro.
El 24 de marzo de 1933, Adolfo Hitler, consiguió en el Reichstag que se aprobase la Ley Habilitante, lo que le permitió tener el campo libre para actuar al margen del Parlamento e, incluso, al margen de la Constitución.
El 23 de marzo de 2018, víctima de un cáncer con el que llevaba luchando varios años, murió Philip Kerr, escritor escocés que supo retratar, a mi parecer con extraordinaria maestría, la vida de Berlín a través del personaje principal del libro al que he aludido y que elegí porque me atrajo el título, Violetas de marzo, sin saber entonces que Hitler llamaba así de forma despectiva a los muchos que se unieron al partido nazi el mes en el que tomó el poder. Estos advenedizos, como suele suceder en casos similares, con el objetivo de hacer méritos ante los líderes, fueron más radicales y crueles que los ya asentados.
El protagonista de Violetas de marzo es un ex policía, Bernhard “Bernie” Gunther, que renunció al trabajo por no estar de acuerdo con las purgas que los nuevos mandamases hacían entre sus compañeros por cuestiones ideológicas, y ahora se dedica a la investigación privada, sobre todo en los casos de personas desaparecidas, algo muy frecuente en el Berlín del año 1936, que es cuando se desarrolla la novela.
En el mes de agosto de ese año han de celebrarse en Alemania los Juegos Olímpicos. Los nazis quieren aprovechar el acontecimiento para mostrar al mundo su poder; por lo que Josep Goebbels diseña una operación de propaganda, que incluye aflojar la presión ejercida sobre la comunidad judía y hacer desaparecer de las calles de Berlín todo tipo de pasquines y pintadas en contra de dicha comunidad.
Junto a esto, se inicia una frenética campaña de construcciones que pretenden ocultar la realidad mísera de la mayor parte de la sociedad berlinesa y, de forma subrepticia, preparar Alemania para la guerra de expansión y revancha que tienen planeada.
Detrás de mi oficina, hacia el sudeste, estaba la Comisaría Central de Policía, y me imaginé todo el duro trabajo que se estaría llevando a cabo allí para tomar enérgicas medidas contra la delincuencia en Berlín. Infamias como hablar del Führer de forma irrespetuosa, exhibir un cartel de “agotadas las existencias” en el escaparate de una carnicería, no hacer el saludo hitleriano y ser homosexual.
Este ejemplo refleja la personalidad del detective: critica lo que ve, pero lo hace mediante la ironía y el sarcasmo, no utiliza una crítica directa y fundada que le supondría la eliminación inmediata.
En la novela observamos actitudes similares en los berlineses: no defienden a los que están siendo masacrados. O se convierten en colaboradores del sistema, o miran para otro lado e intentan pasar desapercibidos. ¿No es así como Hitler resultó elegido: demasiada gente a quien no le importaba una mierda quién gobernara el país? También estas actitudes son frecuentes en sociedades que terminan siendo totalitarias. La verdad es que la sensibilidad de la gente en lo que hace a la corrupción, tanto si se trata del estraperlo de comida como de obtener favores de un funcionario del gobierno, es casi tan aguda como la punta del lápiz de un carpintero.
En ese ambiente siniestro y opresivo en el que abundan las delaciones y nadie se fía de nadie, un importante empresario del acero contrata al detective, entregándole una considerable suma de dinero, para que investigue el asesinato de su hija y de su yerno, cuyos cadáveres se han encontrado calcinados en la casa que ambos compartían. A la vez debe averiguar qué ha sido del collar de diamantes guardado en la caja fuerte de dicha casa.
El hecho de que el yerno del empresario sea un alto cargo de las SS, junto a la  búsqueda del valioso collar, hace que Bernhard se vea envuelto en la lucha por el poder que mantienen el fundador de la Gestapo, Hermman Goering, y el general de las SS y creador de los campos de concentración Heinrich Himmler. El subordinado del segundo, Reinhard Heydrich, junto al campo de concentración de Dachau, ocuparán una parte del relato considerablemente tenebrosa.
Terminada la lectura de Violetas de marzo, que me atrapó desde la primera página por el estilo ágil, claro y nada solemne en el que está escrito, la manera de describir los distintos ambientes berlineses y la fidelidad a la historia real, que presupone una exhaustiva y rigurosa documentación por parte del autor, busqué información sobre el libro y sobre Philip Kerr.
Descubrí que el libro es el primero de la llamada Trilogía Berlinesa (1989-1991), que se continúa con los títulos Pálido criminal y Réquiem alemán, todos ellos publicados por la editorial RBA.
Y descubrí que Philip Kerr había muerto el 23 de marzo del 2018, el mismo mes que ochenta y cinco años antes y un día después Adolf Hitler consiguiese el poder en Alemania.

 

 

 

 

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