EL HUERTO DE EMERSON

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Han sido varias las personas que me han hablado con admiración del libro que hoy traigo a Opticks, se titula El huerto de Emerson, lo escribe Luis Landero y lo edita Tusquets.

Lo que no sabía es que El huerto de Emerson era una prolongación de El balcón en invierno que había comentado en estas mismas páginas a finales de septiembre del año 2014. De hecho el inicio de ambos libros es similar, ante las dudas de que la necesaria inspiración aparezca y con ella el genio, el autor reflexiona sobre ésta y otras muchas cuestiones, relacionándolas de forma magistral con la literatura y con su vida.

Leyendo a Luis Landero, los que tenemos ya cierta edad, realizamos un interesante trabajo de introspección que, al menos en mi caso, trae, junto con el deleite por lo bien que escribe el autor extremeño, la nostalgia y la melancolía.

“Porque el viaje al pasado tiene mucho de mágico, y en sus remotos y azarosos parajes habitan sin duda las sirenas, la tierra de Jauja, El Dorado, la posibilidad cierta del unicornio, y todas las maravillas que existen en lo más hondo de nuestro corazón, pero que se quedaron sin vivir.

Ese viaje al pasado se concreta en El huerto de Emerson en 15 capítulos en los que nos habla de la felicidad que proporciona la escritura y en los elementos que han de combinarse para hacerlo con tino (Tiempo de vendimia), teniendo en cuenta  que él no considera el escribir como un oficio (Un hombre sin oficio), lo que le da pie para hablar de sus lecturas, en un repaso luminoso que va desde El gatopardo al Lazarillo.

Sabemos de la importancia de no apresurarse cuando le acompañamos al cementerio donde están enterrados sus padres en una tumba que no logra encontrar (El viento en la vela). O viajamos “Donde Puche” persiguiendo un sueño que deja al fin un regusto amargo.

Más tarde entramos en una de sus clases (El niño y el sabio) y, sentados en un pupitre, escuchamos los primeros consejos que daba cada año a sus alumnos al empezar el curso. “Dice Emerson que cada cual ha de aceptarse a sí mismo tal como es, y aceptarse además con orgullo y contento. Que a todos nos ha tocado en suerte un terrenito en el que laborar… sin envidiar lo ajeno”.

EnUn noviazgo”, vigilamos a su lado, junto a la abuela Frasca y la tía Cipriana, los amores lánguidos de Florentino y Cipriana en un relato lleno de descripciones poéticas.

En “Iluminaciones” volvemos a lo más denso de la literatura (Faulkner, Joyce, Günter Grass, García Márquez, Kafka, Stendhal…) a partir del momento en el que somos conscientes de que debemos ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, distinguiendo lo imaginado de lo real. “Lo que tan larga y ansiosamente se imagina y se espera, cuando al fin se cumple deja en el alma el incierto sabor del desencanto, del espejismo inalcanzable”.

En “Hombres y mujeres” entendemos, con Hamlet y Edipo, entre otras obras y autores, por qué la épica era cosa de hombres y el costumbrismo de mujeres.

La “Plegaria” al señor de la invención y de la gramática no tiene desperdicio. “¡Oh, Señor!, a ti me encomiendo, socórreme en estos momentos de aflicción en que al tomar la pluma no sé si empuño el látigo o el cetro”.

El “Madrid de entonces” nos introduce en una especie de realismo mágico muy propio de la infancia.

“El viejo marino” abre la puerta a la esperanza de que suceda algo que nunca nos colmará por completo y hasta preferiríamos que el viejo marino no regresara nunca, para vivir todos los días y a todas horas con la ilusión de un regreso inminente.

“Mar desde el huerto” me ha recordado a mi amigo Manolo para el que los mejores viajes eran los que hacía con la imaginación, mientras leía uno de sus siempre bien elegidos libros. “Lo mío es mar desde el huerto y oírlo desde lejos cantar”.

“Cuando éramos tan guapos”, porque así nos veíamos reflejados en los ojos de los que nos querían, me ha llevado a hacer mías sus sentidas palabras: “Al cabo del tiempo, ya casi en la vejez, descubrí que, sin saberlo, siempre he sido platónico/a. Del amor, de la belleza, del arte, de la literatura…”.

¿Quién no ha fingido alguna vez ser lo que no es de parecido modo a lo que nos confiesa el escritor en “Imposturas”?

Finalmente en “Días de invierno” nos lleva a recorrer una buena parte de la historia de España junto a monjes, soldados, campesinos, pastores, escritores… “Todos los españoles de todos los tiempos se han pasado gran parte de su vida mirando fijamente al fuego… A la orilla del fuego han borbolleado durante siglos los pucheros, el gran puchero patrio, que a juego con el abejorro de las plegarias, hacía contrapunto con el tronar de los cañones, y esa ha sido mayormente la música de fondo de nuestra historia desdichada”.  

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