LA ISLA DEL PADRE

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“Los recuerdos son como los libros. Sólo importan los que permanecen”. Así empieza la novela que hoy traigo a Opticks. Se titula La isla del padre, la editó Seix Barral en el año 2015, otorgándole el Premio Biblioteca Breve, su autor es Fernando Marías que murió a los 63 años el pasado día cinco.

Afirma Fernando Marías que esta novela empezó a escribirse el 16 de febrero del año 2009, cuando su hermana le comunica que el padre de ambos, de ochenta y nueve años, había ingresado en el hospital en muy mal estado.

Pese a los malos augurios de los médicos, el padre de Fernando aguantó deteriorándose poco a poco hasta 2013.

Desde 2009, el escritor conservaba guardado un folio con cuatro palabras y una inicial que acudieron a su mente aquellos días: Pagasarri, Árbol, Aurora, Temblores, H.

Partiendo de esas palabras, Fernando Marías se adentra en la historia de su padre, Leonardo Marías Barreras, que pasó treinta años de su vida navegando como maquinista y, posteriormente, jefe de máquinas en diversos mercantes; lo que provocó que viviese muchas temporadas lejos de su familia y que el pequeño Fernando preguntase a la madre y a la abuela, sobre las que reinaba en principio como hijo único, al regreso del padre tras una larga travesía: -“¿Quién es ese hombre? ¿Va a quedarse?”- Dos frases que establecieron entre el padre y el hijo una barrera invisible, a la que Fernando Marías denomina “Miedo Mutuo”.

Un miedo que, a lo largo del libro, explica cómo ambos contribuyeron a superar. A la vez aclara qué significado tuvieron en la relación paterno- filial las cuatro palabras y la inicial misteriosa.

La isla del padre me ha recordado, por la forma de ser del escritor de niño, enamorado del cine y la literatura de aventuras, a Hugo Pratt, creador de Corto Maltés, personaje al que Marías se refiere en varias ocasiones, comparándolo con lo que en su imaginación infantil era su padre, yendo de puerto en puerto y de continente en continente.

La evocación de esa infancia, entre libros de aventuras y películas, esperando el regreso del que para él lo mismo podía ser Gary Cooper que James Bond o el protagonista de una obra de Stevenson, para subir juntos al Pagasarri, monte cercano a Bilbao, y disfrutar de cada paso y de cada acción, emociona y alegra por el amor que albergan los más sencillos gestos.

Amor y admiración por un hombre que se hizo a sí mismo y nunca traicionó sus ideas. Un hombre que vivió para los suyos y de los suyos murió acompañado.

Es la razón por la que esa muerte no resulta en absoluto triste. Los mejores recuerdos permanecen y el hijo, que no oculta sus zonas de sombra, acude a ellos para que Leonardo Marías Barreras continúe vivo; entre su familia se da por probado, pero también en la mente del lector que, con respeto, se enfrenta a este libro.

Digo con respeto, porque cuando alguien escribe sobre un padre, sobre una madre, y lo hace desde la admiración y el cariño, mientras profundiza en el propio yo con una sinceridad total y analiza todo lo vivido, lo que se dijo y lo que no se dijo y hasta lo que le gustaría haber dicho e imagina decir para hablar de tú a tú con el ausente; y seguir preguntando y escuchando, el respeto se impone, igual que la alegría por lo que suponen esos sentimientos.

Sentimientos de amor y de familia, nostalgia por la casa familiar que albergó a tres generaciones, desde 1913 hasta 2014, y Fernando cerró con la última línea de La isla del padre, dejando atrás aquello que le ayudó de multitud de formas, materiales o no, en el camino para convertirse en el creador excepcional que fue: autor, guionista, editor, inductor de expectativas válidas, animador de sueños y proyectos.

Por lo que su recuerdo, vivo en todas sus obras, permanecerá siempre entre nosotros.

 

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