YO CONFIESO

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1870
Cuando comenté el libro de Jaume Cabré “Las voces del Panamo”, dos personas añadieron apostillas. La primera indicando que la novela, de enorme éxito en Alemania, encerraba mensajes más profundos y significativos de lo que se podía apreciar a simple vista. La segunda daba a entender que estos mensajes eran aún más radicales e impactantes en la nueva obra del autor “Yo confieso”.
Desde entonces, me propuse leer dicha obra y no me ha defraudado en absoluto.
En principio, hay que decir que el procedimiento del que se vale Jaume Cabré para el desarrollo de la trama es idéntico al que encontramos en Las voces del Panamo. Es decir, se trata de otra novela coral, aunque ahora las voces han aumentado, junto con los acontecimientos, los personajes y el número de páginas. Hasta tal punto que, al final del libro, el autor enumera por siglos, épocas y relaciones de parentesco a todos los protagonistas.
Se puede deducir de lo anterior que la lectura no resulta fácil. En muchas ocasiones “te pierdes”, ya que voces distintas de épocas diferentes suelen unirse en la misma página e, incluso, en el mismo párrafo.
Hecha esta salvedad sobre la técnica constructiva, pasamos al argumento de la historia que, a mi parecer, gira alrededor del mal y su presencia en la vida de los seres humanos. De hecho, el protagonista principal, Adrià Ardèvol, pretende escribir un libro sobre ello.
Ésa es la razón por la que Jaume Cabré elige momentos en el devenir de la humanidad en los que considera que el mal estuvo particularmente presente. Un mal justificado para el que lo infringía, porque se realizaba en nombre de algo superior: Dios, la patria, la justicia… Así aparece la Inquisición, el nazismo o el fundamentalismo islámico, en referencia a las épocas; y, en relación con las personas, el asesinato, la tortura, el robo, la mentira, la enfermedad, la envidia, el egoísmo…
Junto al mal, la búsqueda de la belleza es otro de los pilares que sustentan el relato, la presencia de la belleza en cualquier época y la imposibilidad de desvincularla de la presencia inexplicable del Mal, pone el autor en boca de uno de los personajes.
Así que el mal y la búsqueda de la belleza están presentes desde la primera a la última página, como hilo conductor de la existencia de los protagonistas. El más importante, Adrià Ardèvol, un niño no querido, encerrado en una casa repleta de bellas y valiosas antigüedades que su padre atesora y vende en la tienda que ha montado con ese fin. Un padre que controla los estudios del hijo para que domine múltiples idiomas y se convierta en una réplica de él mismo; y una madre frustrada, cuya única obsesión es convertir al niño en un músico de renombre mundial.
La belleza y el mal conviven en las personas: Bernat, el amigo de Adrià desde la infancia, capaz del acto de amistad más noble y también del más innoble; están simbolizados en los objetos: el violín del siglo XVIII que Adrià hereda de su padre y que esconde una terrible historia de violencia, el trocito de tela que aportará al relato el mal más recusable, si cabe, que ninguno, que es el que se ejerce sobre niños.
En el libro también se nos cuenta una historia de amor. El amor que Adrià siente por Sara, la muchacha judía, experta dibujante (belleza) y con antepasados perseguidos y muertos por los nazis (mal).
Resumiendo, un extenso relato muy bien documentado, de construcción compleja que dificulta la lectura y, a la vez, la enriquece, y con un mensaje final bastante pesimista porque, aunque Jaume Cabré cita a menudo a Dios, en quien no cree, y hasta reproduce, en un diálogo entre Adrià y Sara, el pasaje del Evangelio en el que Jesús y Pedro hablan sobre el amor, la impresión que te queda al terminar el libro es que, para su autor, el mal se impone siempre, Dios no existe y la belleza queda relegada.

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