Juan Bonilla

0
1659

 

Por Mª José Alés

Fotografía Elena Blanco

 

La primera definición de paradoja (nombre del actual número de Opticks) que aparece en el diccionario dice así: Idea extraña, opuesta a lo que se considera verdadero o a la opinión general.

Teniendo en cuenta esto, podemos afirmar que la vida de Vladimir Maiakovski, novelada por Juan Bonilla en la obra que el pasado mes de marzo ganó el I Premio Bienal Mario Vargas Llosa a la mejor novela publicada en español en los años 2012/2013, titulada por el autor jerezano Prohibido entrar sin pantalones y que ha publicado la editorial Seix Barral, está llena de paradojas.

Juan Bonilla nos habla de algunas de ellas y de otras cuestiones, quizá también un tanto paradójicas, relacionadas con su personal, interesante y premiada obra en los campos de la novela, la poesía y el ensayo.

 

 

Vladimir Maiakovski no es un personaje conocido para la gente corriente entre la que me incluyo. ¿Qué le llevó a elegirlo como protagonista de su novela?
Curiosamente fue muy conocido para «la gente corriente», entendiendo por tal los lectores, de los años sesenta o setenta. Fue perdiendo fuerza porque seguramente es una figura incómoda de la que a menudo sólo se conocen unas cuantas anécdotas: que era leninista, que se pegó un tiro, que vivió durante unos años un trío.

Aunque no pretendía ni mucho menos «actualizar» la figura de Maiakovski, es un buen momento para ello.

En cualquier caso, un acercamiento a un personaje como Maiakovski para escribir una novela sólo es posible empezar a hacerlo desde la pura fascinación, por el personaje y su obra, por su simpatía y sus infamias, por su energía y por sus payasadas. Me parecía además un perfecto espejo donde reflejar su época y desde el que reflexionar acerca de las complicadas relaciones del Arte con la Política, de cómo puede el primero influir o afectar a la segunda para transformar la realidad, que es a lo que aspira el político y a lo
que aspiran muchos artistas.
Dada la mucha documentación que ha debido consultar y de la que nos da idea el contenido, ¿cuánto tiempo le supuso escribirla?
No me lo tomé como un trabajo de investigación porque no estaba seguro de que escribiría una novela.

A veces me apasionan algunos temas y de la misma manera que otros leen novelas negras o de ciencia ficción por el placer de hacerlo, yo leí sobre aquella época y sus personajes gigantescos por el placer de hacerlo, sin pensar que habría de utilizar esa información.

Creo que en la novela se ve desde el principio que quien la escribe no tiene intención alguna de decirle a los lectores: mirad cuánto sé de todo aquello.

 

En el libro aparecen las difíciles relaciones que el intelectual fiel a sí mismo mantiene siempre con el poder. ¿Qué condiciones deberían darse para que esas relaciones fuesen fructíferas? ¿Cree que eso es posible?
No utilizaría en este caso la palabra intelectual porque Maiakovski no lo fue. El intelectual siempre ha estado pegado al poder. De hecho, si miras listas de primeros ministros del siglo XIX, casi todos, por no decir todos, eran intelectuales. En España la tradición llegó a Manuel Azaña, y en Inglaterra Winston Churchill.

Porque el trabajo del intelectual, la tarea del intelectual tiene que ver con el poder, con la estructura de la sociedad, con cómo se esculpen las costumbres, con el hacia dónde vamos.

El gran intelectual de la época de Maiakovski fue Trotski, un hombre de acción pero intelectual de los pies a la cabeza.

Así que me interesaban mucho más las relaciones del Arte con el Poder: el Arte ha sido siempre un compartimento que el Poder ha utilizado para decorarse -y eso no tiene nada que ver con la calidad. La Eneida es un poema de encargo -para construir la identidad romana- y es una obra maestra.

Me interesaba reflejar ese momento en que el Arte abomina de la Política y decide dar el salto y tratar de hacerse Política, es decir, estetizar la política, convertirla en un Arte, para lo cual primero había que sacar al Arte de ese compartimento donde la Política lo encerraba, y echarlo a la calle, a las paredes de las plazas, a las fábricas y los cabarets.

En cuanto a las relaciones, dependerá de lo que quieran los artistas. Oponerse al arte decorativo me parece una pamplina: cumple una función documental y muchas obras maestras nacieron de ahí (ni siquiera voy a ceder a la tentación de poner ejemplos).

NO sé qué condiciones deberían darse para que esas relaciones fuesen fructíferas: de hecho yo creo que a veces son fructíferas (aunque otras veces son un auténtico disparate, y tampoco hace falta mencionar la cúpula de Barceló o el retrato real de Antonio López)
Vladimir Maiakovski tiene una personalidad difícil: es egocéntrico, narcisista, egoísta… Estudiando la vida de los grandes creadores, descubrimos en muchos de ellos características similares. ¿Tan relacionadas están con la creación?
No me gusta generalizar en nada y en esto menos que en ninguna otra cosa. Igual que podemos encontrar cien ejemplos de egocéntricos narcisistas que se creen los amos del universo por haber escrito una novela importante o un buen ramillete de poemas, podemos encontrar otros cien de gente humilde que también ha escrito novelas importantes y grandes poemas. Lo que ocurre es que las personalidades difíciles suelen tener cierto atractivo narrativo al que se le suele sacar partido.

 

Casi al final de la novela averiguamos el porqué de su título. Es una explicación del todo lógica. Pero intuyo que no fue esa la única razón para elegirlo. ¿Cuáles son las restantes?
No tenía claro el título del libro. Lo escribí pensando que se titularía «El futuro», pero no estaba nada convencido. Mirando la lista de títulos posibles que me pasó Elena Ramírez, la editora de Seix Barral, vi que Prohibido entrar sin pantalones, además de hacer referencia a un cartel que Maiakovski ve en la entrada de México y le recuerda que el lugar de la poesía son los carteles y no los libros, conecta con su gran poema de amor, La nube en pantalones: No seré un hombre/ seré una nube en pantalones. Esa doble circunstancia me decidió a optar por este título.

 

Prohibido entrar sin pantalones recibió el I Premio Bienal Mario Vargas Llosa. Además del dinero que lo acompaña, ¿qué supuso para Ud. dicho premio?
Una alegría inmensa. La posibilidad de que mi libro se publicara en toda América. La posibilidad de que se hablara de él, un año después de publicado en España. Y 100.000 dólares que me han dado cierta tranquilidad a la hora de seguir trabajando.

 

Los libros que he leído de Ud., sus artículos en prensa, sus poemas, me hacen constatar que es un gran lector. ¿De qué manera influye la lectura en su vida y en su obra? ¿Existe algún autor en especial al que considere su maestro?
Influye constantemente, claro que sí. Uno no escribe solo: escribe con un árbol genealógico detrás. Lo bueno es que, al contrario que el árbol genealógico real, el literario te lo inventas tú. Maestros he tenido muchos, fundamentalmente los escritores leídos en la adolescencia y primera juventud que me hicieron desear dedicarme a lo que ellos se dedicaban. Pero hay maestros muy malos: si consideramos que es misión fundamental de un maestro conseguir que sus discípulos lleguen más lejos que él, está claro que hay maestros que son callejones sin salida, como Borges o Nabokov.
Ud. ha estudiado periodismo (yo, con toda humildad, creo ver al periodista mientras lo leo). ¿Hasta qué punto esa profesión determina los temas que elige para desarrollar en sus escritos y el modo de mirar las realidades que describe?
No sé por qué el periodismo tiene tanta mala fama -bueno sí lo sé-, pero para mí ha sido siempre literatura y he encontrado en el periodismo auténticas obras de arte que pertenecen más a la poesía que al propio periodismo -el Hiroshima de Hersey. Supongo que determina los temas que elijo porque me ha enseñado a mirar las cosas de determinada manera, en cualquier caso no me parece ni bueno ni malo ni regular: y es natural que veas al periodista en lo que lees mío, porque no soy filósofo, sino periodista, lo que no me impide escribir poemas o novelas, porque ya te digo que para mí el periodismo es una parcela más de la literatura.

 

La primera vez que lo leí me vino a la cabeza un cuadro, El grito de Edvard Munch. No como un grito de desesperación, sino como una especie de aldabonazo, un grito de alerta. Aunque en sus obras no haga pedagogía, ¿pretende acaso contribuir con ellas a que el lector despierte?
No es una pretensión que yo tenga en mente cuando escribo. De hecho cuando escribo apenas tengo pretensiones concretas con respecto a las reacciones del lector.

 

Hay autores reconocidos internacionalmente, por ejemplo, Martin Amis, J. M. Coetzee, o Herta Müller cuyos libros, al menos los que yo he leído, son bastante pesimistas sobre la condición y el devenir humano. Los libros de Ud. no son tampoco demasiado optimistas. Sin embargo, queda en ellos una especie de “resquicio de luz”. Tal vez…
–porque Ud. es joven.
–porque no ha perdido el sentido del humor.
-porque considera que “mientras hay vida hay esperanza”.

La verdad es que creo que el  mundo es un extraño milagro sin explicación ni falta que le hace, y que mire donde mire hay casi siempre algo de belleza sobrecogedora o de asombrosa plenitud. Y me gusta reflejar ese milagro sin preguntarme qué es el existir, aunque las circunstancias sean tenebrosas, pesimistas o patéticas: me niego a dejar de cantar el mundo o entregarme directamente en brazos del cinismo o el nihilismo negativo.

Nihilismo sí, vale, pero activo, es decir aquel que dice: ya es suficientemente milagroso que estemos aquí como para que andemos rindiéndole pleitesía a dogmas que lo único que hacen es complicarnos la vida.

 

Para terminar, me gustaría que, como un favor personal, me dijese si en mi breve reseña de su libro (han de ser breves todas), he recogido lo fundamental o me he dejado algo importante.
Sí, has recogido lo fundamental, sobre todo me parece muy acertada la apreciación que haces sobre el género al que pertenece.

 

Gracias y saludos,

 

Publicación : 01 de diciembre de 2014

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here