LOS POLÍGLOTAS

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Dice Evelyn Waugh de William Gerhardie, autor de Los políglotas, libro que esta semana traigo a Opticks: “Yo tengo talento, pero lo de Gerhardie es genialidad”.
Pero no sólo Evelyn Waugh se confesaba admirador de Gerhardie, también Graham Greene o H.G.Wells, entre otros muchos, lo consideraban un auténtico genio y a su obra, Los políglotas, la novela más influyente del siglo XX escrita en lengua inglesa.
Sin embargo, leo en la biografía del escritor, que la fama obtenida se desvaneció tras la Segunda Guerra Mundial (había nacido en San Petersburgo en 1895, dentro de una acaudalada familia inglesa, y participado en la primera Gran Guerra).
Algunos de los datos de esa biografía sirven a Gerhardie para dar forma al principal protagonista de Los Políglotas, el joven anglo-ruso Georges Hamlet Alexander Diabologh, militar inglés con el grado de capitán que se pasea por diversos países: Estados Unidos, Japón, China, Egipto…, realizando funciones tan absurdas como encontrar 50.000 gorras de piel perdidas o estar al frente de un departamento de censura inter-aliada en Harbin, lugar en el que transcurre la mayor parte de la novela.
Los acontecimientos narrados en Los políglotas suceden al término de la Primera Guerra Mundial cuando la Revolución Rusa empieza a transformar por completo el país de los zares y sus aledaños.
La familia de Georges Hamlet Alexander Diabologh, junto a la que el joven vive primero en Japón y después en Harbin, está formada por su tía Teresa, hipocondriaca obsesiva que pretende ser el centro de todo, su marido Emmanuel, militar belga que se expresa en francés repitiendo las mismas “muletillas” y es casi un obseso sexual, su hija Silvia, hermosa muchacha en apariencia bastante simple, y su hijo Anatole, al que conocemos por referencias de la tía Teresa, pero que muere fusilado a poco de empezar la novela.
El narrador de la historia es Georges, convencido de su superioridad intelectual, al igual que de otras cualidades: belleza, apostura, intuición psicológica, dinero (todos le piden) e, incluso, limpieza de las botas.
Hasta bien avanzado el relato, mientras Georges cuenta cómo transcurre su vida, la de su familia y la de multitud de allegados (políglotas) con nacionalidades y profesiones distintas que pueblan la casa o la visitan, el libro nos recuerda el humor de Chejov, con detalles hilarantes, fina ironía o descarnada crítica en la presentación de personajes, que debieran realizar misiones importantes, pero que sólo giran y giran en torno a sus manías, sus vicios o sus excentricidades. Ni el amor que a ratos parece sentir por su prima y al que ella corresponde a su manera, se libra de la sátira y está más cerca de lo cómico que de lo trágico.
El cambio de registro, la aproximación a la tragedia, se produce de manera sutil. Las elucubraciones de Alexander (como gusta llamarle su tía) y las observaciones que va recogiendo para el libro que escribe y piensa titular Análisis psicológico de las etapas sucesivas de la evolución de una actitud, se hacen más serias y profundas, alcanzando los dominios de la metafísica. Las preguntas que se hace sobre el ser y la nada, el destino, la muerte o el más allá, instan a reflexionar, cuestionan y no tienen nada de cómicas.
Junto a la detallada y pedagógica descripción, física y de actitudes, de los personajes adultos, así como de los lugares visitados, sus gentes, paisajes y costumbres, destaca el modo que tiene Gerhardie, a través de los ojos de Alexander, de hablarnos de los niños que aparecen en el relato, en especial de la pequeña Natasha, tan importante al final de la historia.
En resumen, Los políglotas de William Gerhardie, traducido con notable maestría por Martín Schifino, que escribe también la introducción de la obra, es un libro brillante, inclasificable y atemporal, capaz de complacer a los lectores más exigentes.

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