EL MUNDO DE AYER

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Aunque conocía la existencia del libro de Stefan Zweig titulado El mundo de ayer, no ha sido hasta las últimas semanas cuando he tenido la oportunidad de leerlo y, de inmediato, lo he recomendado a todos mis amigos lectores.
El mundo de ayer fue publicado en 1944, después del suicidio en Brasil del autor austriaco y de su segunda mujer. No conozco la fecha de la primera edición en español, pero ahora, que puede conseguirse con facilidad un ejemplar en esta lengua y seguro que también en las que se hablan en algunas autonomías, sería conveniente que reflexionaran sobre lo que cuenta Stefan Zweig casi todos los políticos que padecemos a diario; es tanto y tan importante que me va a costar resumirlo.
En principio se trata de un libro autobiográfico escrito en el exilio más absoluto por un hombre que afirma que su único privilegio entre el número infinito de afectados por las convulsiones que transformaron Europa entre 1914 y 1944 fue haberse hallado, como austriaco, como judío, como escritor y como humanista y pacifista en los puntos donde esas convulsiones alcanzaban su máxima intensidad.
Stefan Zweig nació en 1981 en Austria, país regido entonces por la monarquía de los Habsburgo, en una familia judía de industriales acaudalados. La manera de explicar la forma de vida burguesa de aquel tiempo es una delicia. Todo a su alrededor ofrecía seguridad. Una seguridad basada en normas rígidas que el Estado inoculaba en las mentes de los estudiantes merced a una enseñanza memorística impartida por maestros desmotivados y distantes. El colegio así diseñado no aportó nada a Zweig que busca los conocimientos que no le ofrecen, junto a sus amigos, en la prensa, los cafés vieneses y el ambiente de la capital en la que abundan los teatros, los conciertos y el entusiasmo, en general, por la cultura.
Está claro que la posición social del joven Stefan le permitió disfrutar de todo esto, pero porque ya tenía una predisposición natural hacia ello, desde el principio amó la cultura, la libertad y la paz entre todos los pueblos.
A la libertad se refiere en bastantes páginas, por ejemplo, logra el título universitario que su familia le exigía sin asistir a clase, aprendiéndolo todo por sí mismo y examinándose al final. En política no se une a ninguna corriente de las que empiezan a surgir impulsadas por los movimientos obreros de principios de siglo. Una y otra vez reivindica la libertad interior, el espíritu independiente que busca el bien común.
Junto a la libertad, encontramos su amor por la cultura que le lleva a encontrarse y narrar los encuentros, didácticos y entrañables, con escritores y artistas como, Hoffmansthal, Verhaeren, Rilke, Rodin, Richard Strauss, Romain Rolland, Freud, Máximo Gorki, Válery, Claudel, Thomas Mann, etc., es decir, la élite cultural de Europa en el siglo XX. Una élite entre la que es muy pronto aceptado ya que cultiva con brillantez todos los géneros literarios. Respecto a su forma personal de escribir, procura prescindir de artificios y limitarse a lo esencial; no tomando nunca partido por el “héroe”, sino por el drama del vencido… del vencido por el destino. 
Libertad, cultura y viajes, primero por placer y por aprender más: Berlín, su orden y su bohemia; Bélgica, París (es una maravilla la imagen que nos da de la ciudad), Inglaterra, Italia, España, India, Estados Unidos, Rusia, donde acude invitado por Gorkiy alguien desliza en su bolsillo una carta explicándole que los bolcheviques han convertido el país en una gigantesca prisión llena de espías: Todos estamos vigilados, y usted no lo está menos; (en Un millón de gotas, Víctor del árbol trata de este nefasto espionaje).
Habla también de la inacción de la clase política que no quiso ver lo que acabó sucediendo al estallar en Europa la guerra del 1914. Aquí su modo de contar el desastre sufrido se asemeja al de Jean Echenoz en el libro 14. Ambos presentan a los jóvenes soldados llenos de entusiasmo patriótico transformado más tarde en desesperación, muerte y miseria. Ambos relatan cómo en la retaguardia hay quienes utilizan la guerra para lograr riqueza y poder.
Y tras la guerra, la posguerra y otra vez los políticos legislan y toman decisiones a ciegas, buscando sólo su propio beneficio.
En la posguerra, Stefan Zweig, convertido en un escritor conocido y apreciado, vive una vida literaria  plena rodeado por multitud de cambios sociales en los que se pretende romper con lo anterior que es tildado de viejo y decadente. Progresivamente ve crecer y extenderse las grandes ideologías de masas, el fascismo en Italia, el nazismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la superpeste, el nacionalismo, que envenenó la flor de nuestra cultura europea.
Un nacionalismo fomentado por Hitler, que unido a la inflación, el paro forzoso, las crisis políticas y la necedad del extranjero, terminó convirtiendo al pueblo alemán en una masa fácilmente manipulable y a sus dirigentes en personas seguras de que nadie podía imponerse por la fuerza en un Estado donde el derecho estaba arraigado y la mayoría del Parlamento le era necesaria.
Poco después (1933) se produjo el incendio del Parlamento y la disolución de las cámaras; Goering dio rienda suelta a sus hordas: de golpe, quedó destruido todo derecho en Alemania. El terror se generaliza, se aniquilan las opiniones libres y las obras de ideas independientes son quemadas en las plazas públicas. Viajar fuera de Austria supone no morir a manos de los nazis. En 1934 Stefan Zweigabandona su país y se refugia en Inglaterra, permaneciendo allí hasta 1940.
Cae Austria, Hitler avanza, el mundo se va desmoronando. Todo el que puede huye de la zona en conflicto, una inmensa multitud aterrada y en fuga ante el fuego arrasador y criminal del hitlerismo ocupaba en todas las fronteras las estaciones ferroviarias y llenaba las cárceles.
En septiembre de 1939, Stefan Zweig desea casarse con la que sería su segunda esposa en la pequeña población de Bath, al recibir el funcionario que está a punto de casarlos la noticia de que Alemania ha invadido Polonia, interrumpe la ceremonia; esa invasión representa la guerra y Zweig pertenece al bando enemigo. La misión a la que había dedicado todas mis fuerzas y toda mi convicción por espacio de cuarenta años, la unión pacífica de Europa, había fracasado. 
 

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