Aquellas odiseas fanzineras

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Estoy seguro. El viaje ha sido largo, costoso, fatigoso y un montón más de adjetivos calificativos que valen para ponerle matiz a una aventura que no deja de ser elogiable y digna de catarata de alabanzas. Ponerse en la tarea de sacar con la periodicidad que sea posible una publicación en donde se aúne información (la de las líneas que con más o menos acierto se junten para llenar una parrafada escrita) y arte (el que han demostrado todos los dibujantes que han querido ponerle imágenes con papel y lápiz a lo que cada cual ha pergeñado sobre el tema motivo de cada número de esta publicación).

 

Valgan esta diez líneas (de las mías; de este folio en el ordenador en el que estoy escribiendo) anteriores como carta de sacar el pañuelo y agitarlo hasta ¿la próxima? (y ¿por qué no?). Ya, ya sé que por ahí hay en el horizonte empresas superiores, pero el germen ahí ha quedado. Y por ello le doy las gracias a quienes han creído oportuno que yo debería estar en esta despedida y cierre.

 

Claro que esta historia me resulta conocida. Viví desde el altavoz de la radio aquella edad de oro de los fanzines cuando se estaban acabando los 70´s y llegaba la impetuosa movida madrileña y ramificaciones por todos los lugares del país. Pero como por entonces mi programa se emitía sólo en Madrid eran quienes le daban a la máquina de escribir y la fotocopiadora (en Moncloa estaba el lugar para darle a la manivela) en mi ciudad quienes se pasaban por el estudio en la calle Juan Bravo para ofrecer su producto y promocionarlo: 96 Lágrimas, Ediciones Moulinsart, Banana Split, Mental… (el tamaño era de medio folio y ahí estaban los aprendices de periodistas (o no necesariamente) entrevistando a los grupos que se estrenaban sobre el escenario del Marquee, El Jardín, El Sol, Rock Ola… Toda una odisea. Por supuesto.

 

Hojas del calendario más tarde, repetición de la jugada. Una nueva hornada de inquietos seguidores (sobre todo de música) vierten en los folios lo que quizás no encuentren en los medios establecidos. Ahora, el movimiento noventero es más global y lo hay aquí y allá. Fanzines (los tiempos han cambiado) mucho más cuidados y que juegan a ser casi casi revistas. Malsonando, las Lágrimas de Macondo… Música en Blanco y Negro, allá en Granada, punto y plaza fuerte de una inacabable cantera de sonidos. Y se produce lo inevitable. Quienes hacían méritos desde su ventana al exterior acaba siendo firma acreditada de ese medio de cabecera establecido. Sigue siendo una odisea, pero un poco menos.

Hoy en este 2019 del que llevamos pocos meses al poco rato de terminar lo que uno escribe pulsando en la tecla llega de inmediato a los receptores del mensaje debido a las redes sociales sin necesidad de usar carta y sello y echarla al buzón de correos. ¿Nostalgia de un tiempo pasado? Quizás.

 

Por eso me rebelo a que diez años después se acabe el Opticks. Y es que 25 números es edad muy joven aún. Y eso que es sabido que en este mundo hasta podría presumir de longevo. Cuántas otras iniciativas se han quedado por el camino muchísimo antes.

 

Cuando estoy contando palabras a ver si llego al tope exigido pienso que esto que están terminando de leer quería haberlo enfocado (de hecho en la papelera hay un gurruño de pelotita desechada) mirando a David Bowie por lo de la “odisea espacial” o como se llame y mis siete portadas distintas de ese disco del duque y sin embargo ha acabado en loa con pesar de lo que hoy se acaba. Y encima ha sido justo en este punto más o menos (sí, lo sé, podría haberme percatado antes) cuando he traducido Odisea por Homero y que el número de cantos son 24. Lo mismo también el ilustre griego hizo un número cero que no lo cuenta.

 

Por Julio Ruiz (Disco Grande. RNE 3)

Ilustración. Javier Olivares

 

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