De los álamos el viento

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Poder entrevistar a un poeta para un número de Opticks Magazine titulado Ritmo supone una gran satisfacción.

Mucho más si este poeta es Ramón García Mateos, profesor y poeta salmantino que ama la poesía hasta el extremo y se preocupa por hacerla llegar a mucha gente a través de recitales de sus propios poemas y traducciones y estudios de otros poetas, como Blas de Otero, José Agustín Goytisolo o Gerard Vergés.

Aunque los libros escritos por Ramón García Mateos son muchos e importantes, nos vamos a centrar en el titulado De los álamos el viento, que publicó en 2013 la Editorial Kalandraka en una bella y cuidada edición maravillosamente ilustrada por Fernando Vicente.

¿La tan manida frase “Corren malos tiempos para la lírica” se refiere sólo a que la poesía es poco apreciada en general o esconde algún otro significado?

La frase, “Malos tiempos para la lírica”, tiene su origen en el título de un poema del poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht, que se cerraba con estos versos: “En  mí luchan / el entusiasmo por el manzano en flor / y el espanto ante los discursos del pintor de brocha gorda. / Pero sólo lo segundo / me impulsa a escribir.” Obviamente, “el pintor de brocha gorda” es alusión caricaturesca al sanguinario Adolf Hitler. Malos tiempos para la lírica porque es el tiempo de la épica, de la poesía concebida como “un arma cargada de futuro”, del verso como un estilete que saje las conciencias: ese sería el origen primero del título brechtiano, convertido hoy ya en aforismo. Y podríamos trasplantarlo, sin alterar su intención última, a nuestro propio presente, por supuesto. Porque vivimos tiempos confusos, tiempo de nuevos bárbaros en que se desdibuja la raya del horizonte y del futuro, tiempo de dolor para los más débiles ante el regocijo hiriente de los poderosos. Un poema alusivo abría, como atrio poético, mi libro Daguerrotipos moderadamente apócrifos (Tegucigalpa, 2012); tal vez pudiera ser iluminador:

Malos tiempos. Malos tiempos cuando la poesía no sirve para nada. Poesía como un grito, navajazo que saja la pupila del tiempo. Cantar de amigo. Canto de albada. El poeta es un ser ridículo que siente su desvalimiento con palabras. Tiempos oscuros. Nadie canta entre las ruinas este tiempo. Gemimos complacientes con nuestro dolor inútil. Silbamos en re menor melodías lastimeras al borde del abismo. Huimos del mundo para emboscarnos entre las sombras de nuestra cobardía cómplice. Tiempos oscuros. Malos tiempos cuando la poesía no sirve para nada. Poesía seminal para preñar el vientre del asombro, un sexo en erección desmesurado. Tristes endechas. Luz de enramada. El poeta es siempre apócrifo de sí mismo, triste actor de su propia tragedia. Silencio entre los escombros de la casa común de las palabras. Y entre los despojos de la libertad. Habrá que remediarlo. Y en voz alta.

 

¿Nos gustaría saber qué le ha llevado a elegir para algunos de sus trabajos de investigación a los poetas Blas de Otero y José Agustín Goytisolo?

Blas de Otero es, desde mi punto de vista, el más alto de los poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX. El alcance e influencia de su obra son extraordinarios. Combina, además, magistralmente, la tradición culta de la poesía española –de Manrique al 98, de Quevedo y Góngora al 27–, siendo uno de los maestros del soneto, con la poesía tradicional y popular. Y cuando se libera de los corsés formales, su voz vuela con la misma pureza, ganando en frescura y esencialidad. El caso de José Agustín es, en principio, similar: me atrae el carácter caleidoscópico de su obra, suma de afluentes –poesía elegiaca, satírica, amorosa, política, cotidiana…– para configurar un caudal lírico impresionante. Tiene un libro extraordinario, Los pasos del cazador, en el que recrea la poesía de tradición oral moderna, nada comparable en la literatura española desde la generación del 27. Me unió con él una muy buena amistad y lloré mucho su trágica muerte. Trágica y a destiempo. Junto a Carme Riera, preparé la edición crítica de su Poesía Completa (Lumen, 2009).

Quizá esta pregunta le parezca absurda, pero creo que su respuesta puede resultar muy interesante: ¿Un poeta nace o se hace?

Independientemente de que nazcamos con determinadas predisposiciones genéticas a la hiperestesia y dotados de diferentes modos de inteligencia –la llamada inteligencia verbal nos facilitaría, como poetas, configurar el mundo a fuerza de palabras–, el poeta es el fruto del trabajo y del estudio. Lo decía siempre Claudio Rodríguez: el estudio, entendiendo como tal la lectura rigurosa, atenta y meditada, es la columna vertebral de la poesía. No lo olvidemos. La poesía es lenguaje. Más allá de los lugares comunes del romanticismo, la poesía no está en una puesta de sol, ni siquiera en los ojos que la contemplan, sino en la capacidad de transformar en palabras las sensaciones o emociones, vividas o imaginadas tanto da. Y para ello es necesario el dominio de la técnica, es decir el conocimiento hondo y verdadero del idioma y de las formas poéticas legadas por la tradición. Igual que hay que desconfiar en la cama de la mujer que no bebe vino en la mesa, hay que desconfiar de los poetas que no saben medir versos o que, si los miden, no aciertan ni por casualidad en la acentuación.

 

El libro ‘De los álamos el viento’ trae ecos de la poesía popular que algunos de nosotros aprendimos de niños, ¿es un viaje al pasado, en este caso sabio, o una manera de conectar con lo más puro y auténtico del ser humano que subyace en la infancia?

Ambas cosas. A mí me apasiona la literatura tradicional, en todas sus manifestaciones, como me interesa mucho todo lo referente a la cultura popular. En este libro he querido sumar el eco de las canciones y romances que han cruzado el tiempo en la memoria colectiva –incluyendo mi propia memoria– a  la reverberación de otros poetas que se acercaron también a la fuente de la tradición oral. Así mi voz  se amalgama con otras voces, mis versos con los versos populares o con citas o referencias a distintos poetas. Y es que en la literatura popular –la que, en argumentación de don Agustín García Calvo, es de todos y sin embargo de nadie, mas siendo de todos también es mía y, por lo tanto, puedo beber libremente en su venero– es tal vez donde mejor se difuminan los límites entre lo común y lo particular, lo individual y lo colectivo. La voz propia muta en eco de la comunidad y como tal es aceptada y mantenida. Por eso De los álamos el viento quisiera ser homenaje a depositarios y transmisores de esa voz viva y de repente hecha copla o romance, leyenda urbana o conseja de abuelos. Un aire transgresor y libre nos lega su memoria.

 

Poemas e ilustraciones se presentan en una simbiosis perfecta, ¿cómo han logrado Ud. y Fernando Vicente que esto sea así?

Es mérito exclusivo de Fernando. Yo escribo el libro y él hace su lectura. El resultado es una interpretación libre que configura otro libro distinto, porque no sólo ilustra los poemas, los glosa; y concibe esa interpretación como un todo que pone en contacto, por ejemplo, la primera y última de las ilustraciones del libro. Ha sido un lujo contar con la mano maestra de Fernando Vicente. Y una gozada disfrutar de su pintura. La verdad es que ha resultado un libro muy hermoso, en el que Kalandraka ha puesto esmero y elegancia.

En la época actual la imagen ha perdido terreno frente a la palabra, ¿los libros ilustrados podrán recuperar en parte el terreno perdido?

No creo que la imagen haya cedido terreno a la palabra, antes al contrario, lo audiovisual –y sobre todo lo visual– nos asalta por doquier. De todas formas, un libro ilustrado debiera ser el maridaje perfecto de dos interpretaciones distintas de un mismo motivo, ofreciéndole al lector-observador sendas variaciones sobre el tema para que pueda hacer su lectura literaria y su lectura visual –plástica– de la obra. No importa que el libro vaya dirigido a un público infantil o a un receptor adulto, eso es lo de menos. No siempre se consigue, claro, muchas veces las ilustraciones son tan sólo la imagen duplicada del texto literario.

 

Los poemas que aparecen en su libro encierran tal musicalidad que apetece leerlos en voz alta e, incluso, cantarlos; ¿qué le movió a infundirles esa clase de música?

La poesía fue, durante mucho tiempo, canción. La poesía es, esencialmente, un hecho del habla y, por lo tanto, anterior a la escritura. Las primeras muestras de todas las literaturas van inexorablemente ligadas a la oralidad, bien a la salmodia, bien a la canción. De aquella esencia primigenia nos quedan hoy las formas populares de la poesía, que siguen siendo canción. Y a ello se supeditan las estructuras métricas y rítmicas. Me alegra pensar que mis versos no desentonan en exceso, pues esa era la intención.

 

Muchos de nuestros grandes prosistas empezaron escribiendo poesía, ¿tiene Ud. algún proyecto para compaginar ambos géneros?

Yo me siento fundamentalmente un poeta. Aunque también me he acercado a otros géneros: el ensayo, el dietario, los cuentos… Me gusta especialmente el relato corto, esos artefactos literarios a caballo entre el poema en prosa y el cuento, entre la impresión descriptiva y el chispazo lírico; en ese tono está Baza de copas. Ajuste de cuentas (Castalia/Edhasa, 2012), que obtuvo el Premio Tiflos de Cuentos.

 

Esta entrevista se publicó en el número 14 de Opticks Magazine bajo el título de ‘Ramón García Mateos’. Puedes ir al número desde pinchando aquí.

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