EL MANUSCRITO DE BARRO

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En estos malos tiempos que vivimos, ahítos de normas y prohibiciones, traigo a Opticks un libro que tiene como escenario un camino, nada menos que el Camino de Santiago. Se trata de El manuscrito de barro editado por Espasa, cuyo autor es Luis García Jambrina y que ya va por la 2ª edición.

El protagonista principal de El manuscrito de barro es Fernando de Rojas, que escribió La Celestina, pero que aquí interviene en su condición de pesquisidor al servicio del Arzobispo de Santiago, que le encarga averigüe quién está detrás de una serie de asesinatos rituales que se van produciendo en las diferentes etapas del Camino Francés. Para que ayude a Rojas en la investigación, el Arzobispo elige a Elías do Cebreiro, clérigo y archivero de la catedral compostelana.

Debo decir que lo que menos me ha interesado de la novela ha sido la trama de los asesinatos. Para mí el valor del libro radica, sobre todo, en la cuidada ambientación histórica construida por el autor en torno al Camino y a los personajes. Ambientación que nos traslada sin dificultad a la España de 1525, reinando Carlos I y en plena reforma luterana.

Peregrinar a Santiago de Compostela en 1525, con asesinatos rituales o no, era muy peligroso. A los fenómenos naturales, se unían las alimañas, los bandidos y los pícaros (falsos peregrinos) que con engaños y falsedades desbalijaban a los incautos. A todo esto añadimos las frecuentes enfermedades y epidemias que solían diezmar las poblaciones, viéndose obligados muchas veces los lugareños a quemar los montones de cadáveres porque resultaba imposible enterrarlos.

Pese a todo, en el Camino podías alojarte en hospitales caritativos y gratuitos, fundados por nobles, eclesiásticos y otras personas acaudaladas, que proporcionaban atención medica, cobijo y alimentos, que el autor especifica, a los caminantes: Por lo general, ofrecían un panecillo, media pinta de vino y una escudilla de potaje caliente o una sopa de verduras o un plato de legumbres con una ración de carne o, si no, de pescado los días de vigilia, que podía ser abadejo o bacalao.

Junto a los hospitales, encontramos albergues, ventas, mesones, posadas, monasterios, castillos, iglesias y conventos para descanso de los peregrinos. Edificaciones todas ellas enumeradas y descritas con detalle. Al igual que los bosques y los montes con su diversidad paisajística y vegetal; los pueblos y ciudades en los que coincidían gentes de diferentes países y toda clase y condición.

Leyendas, canciones, poemas, ritos y tradiciones, costumbres, maneras de vestir y de pensar, herejías, preguntas sin respuesta… Todo cabe en un libro muy bien documentado que nos hace comparar la ruta jacobea del siglo XVI y las motivaciones de aquellos que por ella transitaban con las cada vez más precisas y bien trazadas rutas de nuestro siglo XXI.

Sin duda alguna, al menos en lo relacionado con la materialidad de la cuestión, podemos afirmar que hemos avanzado bastante.

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