McEnroe, ritmo congelado

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Por Marta Amorós Gozálvez y Rafa Simons

 

Tendemos a asociar ritmo con el movimiento, con lo frenético, con los sonidos enérgicos y vivos que, en el caso de la música, nos conducen al movimiento y al baile. Todos usamos, por ello, expresiones como “menudo ritmo tiene fulano”, para indicar que el tal fulano es alguien animado; o nos quejamos del ritmo de la vida actual, para expresar la presión a la que estamos sometidos y hacer referencia a nuestro continuo ir y venir de acá para allá…

Si buscamos en el Diccionario de la Real Academia, veremos que ritmo, en su acepción musical, es definido como “la proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente”. De nuevo el movimiento… pero también el tiempo.

Y es que, más allá de las prisas y la velocidad, las cosas sosegadas también guardan su ritmo, su proporción de tiempos. Una tarde viendo llover, un tranquilo paseo por nuestra ciudad, la lectura de un libro de Murakami o Sándor Márai con la única compañía de un té o un café… son igual de rítmicas que una canción del mejor rock o power pop. Incluso el dolor y el recuerdo de tiempos pretéritos, quizá más felices, tienen su ritmo.

Tal vez tomar conciencia de ello fue lo que hizo que unos cuantos músicos hayan sabido apreciar el valor de detener el ritmo, de ralentizarlo y de crear pequeñas maravillas de ritmo lento y contenido; canciones en las que las notas guardan una medida proporción de tiempo, de tiempo contenido… alumbrando todo un género musical, conocido, con gran acierto (nunca una etiqueta musical expresó tanto) como slowcore. Canciones que podrían haber funcionado con una sección rítmica potente; canciones que si uno las escucha vislumbra como serían si hubiesen optado por la acepción general de ritmo, pero que el autor, en un ejercicio de maestría, ha decelerado, ha congelado, para con ello, al igual que se congela la sangre cuando sufrimos, hacerla discurrir más lenta, a un nuevo ritmo.

Siempre he pensado que el slowcore es un género hipnótico y con gran fuerza poética, pero tremendamente complicado de ejecutar y lograr que suene natural. En lo rápido, en lo frenético, tienes muchos recursos musicales a tu alcance. En el ritmo congelado la canción se presenta desnuda, sincera, con sus elementos esenciales a la vista de todos y, sobre todo, con los demonios personales que atormentan al letrista en primer plano.

Hablar de slowcore es hablar de grandes maestros, como Red House Painters y todos los proyectos de Mark Kozelek, es hablar de Low, es hablar en España de Sr Chinarro, quizá uno de los primeros que se atrevió a experimentar con el género en castellano… pero sobre todo, en la actualidad y en nuestro país, creo que es hablar de McEnroe.

Cuando optamos por ritmo como lema de la revista, tuve claro que éste era el número ideal para, rompiendo las evidencias, traer a unos maestros del ritmo a nuestra revista y rendirles, con ello, la muestra de la admiración que sus canciones nos provocan. Y, especialmente, darles las gracias por ellas.

Hoy en día, nuestro ritmo de vida se balancea entre el trabajo y las responsabilidades cotidianas, que se reparten a lo largo de la semana. Por eso, al llegar la tarde del domingo, nos tumbamos en el sofá y, adormilados, nos relajamos con el sonido de fondo de la película de turno. Sin embargo, este domingo es diferente para mí. En este hobbie relacionado con el mundo de la música, no suele ser habitual asistir a un concierto en domingo. Aun así, como suele decirse, palos con gusto no duelen, así que cojo el coche dispuesta a hacer kilómetros. Ya de noche, siendo a penas las seis de la tarde, llego al local del concierto y aparece el grupo. Sin esperar un segundo, comienzan la prueba de sonido (hay prisa, pues según las entradas, la actuación empieza a las siete). Tras comprobar que cada instrumento está en su sitio, conectado y afinado, toca preparar los cuerpos con un buen café o una coca-cola. Es en ese momento, cuando por fin puedo sentarme en la barra del local junto a Ricardo (voz y ‘alma mater’ del grupo) para charlar.

Hace ya casi dos años del alumbramiento de ‘Las Orillas’, y recuerda la grabación del disco en Sevilla como ‘muy natural y sencilla’. Me cuenta que les ha sorprendido mucho la acogida que ha tenido, ‘ha sido todo muy bonito’. Además del disco, editaron un documental-musical titulado ‘Cuando abrimos las ventanas’, en el que tocan varios temas de todos sus discos… ‘aprovechamos una subvención para grabarlo, ya que no tenemos a penas material audiovisual’. Hablando del presente, Ricardo dice estar en ‘un momento raro, porque vivimos muy lejos unos de otros y es más complicado juntarse, pero seguimos con ilusión de tocar y hacer cosas’. Cuando le pregunto por sus gustos musicales me nombra a Damien Jurado, pero también a los Tindersticks, Mark Knopfler o The Smiths. Le hago una pregunta difícil, ¿a qué película pondrías banda sonora? Y recurre a la última que ha visto, ‘De óxido y de hueso’, muy recomendable. Hablamos de ‘Viento Smith’. ‘Es un proyecto personal junto a David Cordero (Úrsula), Raúl Pérez (productor de ‘Las Orillas’) y Nacho García (Marina Gallardo). El disco saldrá a principio del próximo año’. Comienza a entrar gente en el local y tenemos que terminar la conversación, no sin antes hablar sobre un futuro disco de McEnroe ‘la idea es grabar el año que viene, las canciones están más o menos dibujadas, hay ganas’.

Con esas mismas ganas me quedo para disfrutar del concierto. Un directo, en este caso, más íntimo que nunca, sólo con Ricardo a la voz y guitarra, Edu con la percusión y Gonzalo a la guitarra. Comienzan a sonar las notas de ‘Los Veranos’ y la magia envuelve la sala. Silencio entre el público. Ojos cerrados. Me invade una sensación que anteriormente definiera Ricardo en nuestra charla, al preguntarle qué le sugería el ‘leit motiv’ de este número de la revista: ‘Ritmo es estar bien’.

 

Publicación : 12 de mayo de 2014

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