La luz mágica, en Héctor Alterio

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Por Martín Hernando @mardemartinica

 

 

Diría yo que brota desde lo profundo de su mirada la luz del atardecer. Un atardecer veraniego y apacible. Conmovedor.

Le brillan los ojos cuando recuerda a su madre y cuando le mencionan el alma de Nápoles. A pesar de silencioso, se acelera cuando recuerda la campana que llamaba a los transeúntes bonaerenses a presenciar la verdad, a adentrarse en un teatro diferente que nacía a mediados del siglo pasado. Va diciendo por ahí que es un músico frustrado y por eso canta cuando menos te lo esperas.

Ha sido testigo de la felicidad y se le atravesó la memoria en el prefijo de la palabra exilio.

Luce Alterio unos ochentaycuatro años que ya firmaríamos tú y yo. Y hasta el hijo de la novia.

 

 

Si le doy a elegir, ¿prefiere que hablemos de su profesión o de su vida personal?

Mmm, me temo que no me gusta hacer entrevistas.

 

Vaya hombre… ¿y puedo preguntarle por qué?

Yo soy muy silencioso. Lo primero que hago al tomar un taxi es decir “yo no hablo”, con el mayor de los  respetos, por supuesto. No le digo que no me hable, le puedo escuchar, pero simplemente quiero que sepa que soy silencioso. Eso sí, si me preguntan, a partir de ahí pongo el motor y salen cosas de mi experiencia, de mis años, con un matiz de humor que aún conservo. Me divierto mucho conmigo mismo y eso me da una liberación total, especialmente cuando estoy solo.

 

Pero cuando se sube a las tablas…

En general tengo un buen trato, soy muy afable en mi trabajo, no soy conflictivo, tengo una disponibilidad con los directores y actores, más allá de que los otros también tengan que crearlo, mi oferta es positiva. El teatro es un trabajo duro porque significa una constante diaria, una relación distinta al cine y la televisión, donde es esporádica y muy impersonal.

 

Usted suele subrayar la relevancia que tiene la emoción en su trabajo y en la vida. Cuando se produce la emoción en el teatro, ¿llega de una manera más directa?

Depende del entorno, se produce esa emoción. Yo no sé si mi presencia en el proscenio llega igual a la primera fila o a la última en un teatro con 20 o 30 filas. En cambio, eso sí se produce en la televisión y en el cine. Y bueno. Ese es el trabajo de transmitir cosas, que llegan a uno por vida, por conocimiento, porque no han pasado de largo. Sigo siendo curioso, me interesa lo que me rodea, no especulativamente sino porque me entretiene. Eso se acumula y luego aflora…. Siempre fui así, desde muy pequeño, cuando me entretenía en los bares de mi país sentado al lado de un teléfono público.

 

¿Y por qué al lado de un teléfono público?

Porque siempre llegaba alguien para hablar y yo me inventaba la historia del que estaba al otro lado del auricular a través de lo que yo escuchaba decir al que estaba de éste. Era un entretenimiento fabuloso para mí. Me divertía mucho porque cuando le oía una expresión determinada, yo pensaba “a éste le están puteando” y bueno… Eso me marcó mucho, siempre lo recuerdo y cuando empecé a trascender más en los medios, en ese bar ya me conocían y ya no lo podía hacer. Ése era entonces un entretenimiento en mi soledad.

 

Qué curioso. Fíjese cómo han cambiado los entretenimientos.

Desde luego, los códigos son otros. Yo me defiendo bastante, pero no uso internet, no uso teléfono móvil…

 

Tal vez escriba cartas entonces.

Si, hoy acabo de mandar una. Pero si tuviera una respuesta en internet, yo contestaría con una carta en letra cursiva.

 

¿Cómo debe ser la luz en el teatro?

Debe ser la justa y necesaria para no distraer. Cuando coges la atención del espectador ¡es preciso no soltarla hasta el final! Si hay algo que distrae, está mal. Y en esa atención que has cogido viene involucrada la luz. Hay que enriquecer, entretener, divertir, provocar la atención del espectador y nada que pueda distraer su curiosidad y atención.

 

En “El Estanque dorado” se hace un tratamiento de luz que crea un espacio íntimo, muy agradable, con luces indirectas. Si le digo Luz y Teatro, ¿qué le vendría a la cabeza?  

Los checos. Son enormemente creativos, tanto en la luz que usan como en las historietas que cuentan como en sus formas tan intempestivas, tan distintas, tan hermosas… ¡soy fanático de los checos! Pero me gusta que me hables así de bien de la luz de “En el estanque dorado”, porque como me sucede siempre que estoy arriba del escenario, ¡yo nunca sé cómo se ve! No puedo transponerme…

 

Pero no hablará checo…

No (se ríe)

 

Ma italiano…?

HA: Ovvio! Oh che bello! Io sono nato alla Argentina, ma i miei origini sono napoletani! (arranca y sigue durante varias preguntas en italiano) Más o menos lo hablo pero no lo estudié nunca, sólo lo escuché de niño. Te puedo cantar cien cancioncillas napolitanas que me cantaba mi madre cuando tenía  6 años. ¡Y mi hermano mayor cantaba ópera! Soy un cantante frustrado, pero todo eso lo he vivido desde siempre, y no lo he olvidado nunca.

 

¿Y volvió a Nápoles alguna vez?

Si… hace 3 años. Y antes trabajé mucho en Italia. Fue un placer tener a mi lado en una película a muchos actores refamosos, como Julieta Masina. Gracias a un acuerdo entre TVE y RAI, pasé 10 años en la Italia de los 80 y 90 que fueron una fiesta para mí. Un placer que se acabó, pero existió y lo tengo ahí como en un cofre.

 

En la función, su personaje está obsesionado con la muerte. En cambio, su esposa (Lola Herrera) es vitalista, optimista y tira de usted. Su personaje dice: “Esta bien que seamos viejos, ¡pero quiero ser una vieja viva!”. Como persona, ¿con qué personaje se siente más identificado?

Con ella…yo firmaría esa frase! No tengo la obsesión de la muerte, no tengo problemas de orden metafísico, para nada. Lo único que me preocupa es que algo me provoque un malestar físico que no me permita tener la libertad de manejarme… Que me siga funcionando la cabeza ¡y de lo demás me encargo yo!

 

Y entonces, ¿cómo fue el reto de afrontar su papel?

Me divertí muchísimo, aún con el hándicap de que teníamos todavía en la memoria colectiva del renombre de la película que tanta trascendencia de esas tres figuras mundiales: Henry Fonda, Jane Fonda y Katharine Hepburn. Pero la acogida del público desvaneció esa inquietud, no hubo un sólo teatro a medias.

 

Pasemos de la luz en el teatro a la luz en las personas.

Por una razón o por otra he encontrado en mi vida amigos, familia,… muchas personas vitalistas, maravillosas, de mi edad o mayores. Personajes como Fernando Fernán Gómez, Paco Rabal son personajes que me han enamorado, con carácter, de una filosofía con presencia, luminosos. Con cualquier gesto que hacían yo estaba encantado.

 

¿Con quién le gustaría trabajar?

Quiero trabajar con gente que no incordie, con placer, como me pasa ahora con Lola y un grupo de gente joven respetuosa, trabajadora.

 

En una de sus más de 130 películas, “Caballos Salvajes”, utilizaron la luz mágica para una mágica frase suya, que con los brazos levantados y el viento y el mar al fondo decía: “¡La puta que vale la pena de estar vivo! Según lo que venimos hablando, esa frase parece que la dijera usted mismo, además de su personaje.

No sabes cómo me hincharon las bolas. En Buenos Aires, a veces cuando me reconocen, me la gritan, y la quieren decir  rápido ¡y la dicen mal! (se ríe de nuevo). Pero la frase no es mía, sino de una amiga mía recién fallecida, Aída Bortnik, la guionista, y el director Marcelo Piñeyro. Resolvieron la secuencia improvisadamente, a última hora.

 

Trabajó también con Eliseo Subiela en “Pequeños Milagros”

Ah mirá! Pues después de eso, en este mismo café donde estamos ahora, concretamos otra película con Elíseo, pero finalmente no se hizo. Me gusta mucho por ese humor que tiene, y esas historias… Lo he pasado muy bien con él. Me encantó “Un hombre mirando al Sudeste”.

 

Desde una trayectoria como la suya, ¿cómo se ven las nuevas formas de hacer teatro tanto en Argentina como en España?

En Buenos Aires hay una oferta en los fines de semana de casi 300 espectáculos, aquí  hay un movimiento underground, alternativo…. No sé si el público tiene la misma avidez que en Buenos Aires, pero el movimiento está ahí, y eso es positivo, hay ganas. Encuentro parecida la gran cantidad de teatros alternativos de poca capacidad que han surgido aquí.

 

¿Considera que es necesario educar al público?

Mira, yo fui partícipe -y lo tengo a gala- del movimiento de teatro independiente que surgió en Buenos Aires en plena época peronista, desde el 55. Había unos 20-25 teatros independientes, cada uno con su ideología, con su propia visión estética. Yo entré en el “Nuevo Teatro“ con 20 años, con una inmadurez, una ignorancia, una incultura… pero ya tenía esa cosa de hacer teatro. Y ahí, sin proponerme ni una escuela ni nada, me metí y empecé a absorber como una esponja todo lo que estaba alrededor: profesores, autores,… y por otro lado estaba el movimiento peronista. La oferta de todos esos teatros y su público evidentemente no era peronista, si bien hay que tener presente la diferencia entre no ser peronista y ser anti-peronista.

La oferta que nosotros proponíamos no se podía hacer en el teatro profesional. Si hacíamos Bertolt Brecht -en el límite de lo que no se podía hacer-, Perón nos lo permitía porque no le molestaba ese grupo tan chiquito al lado de esa cosa enorme que era el Peronismo. Y eso nos trajo una corriente de público que empezó a engordar, a curiosear, a discutir, a aportar… y nosotros a contribuir a eso. Y ahí me hice yo, tenía 20 años. Todo el periplo de nacimiento, euforia y decadencia, lo viví yo.

 

Buenos Aires y su capacidad para llenarle a uno de planes irrenunciables cada noche. ¿Cómo creció esa oferta?

¡Antes de eso! Y como inicio de todo, ¡un personaje!: Leónidas Barletta. Regentaba el “Teatro del Pueblo” en la Diagonal Norte, al lado del Obelisco, y salía con una campana a la calle, en plena tarde, efervescente de gente, multitudinaria, a tocar la campana y a decir: ¡Vengan a ver el teatro verdadero! ¡Vengan a ver la verdad! Tal es así que eso quedó como una imagen y hoy ese teatro se llama “La Campana”. Y a partir de ahí, todo lo demás. Yo me había salvado del servicio militar obligatorio porque era  único hijo de madre viuda, mis hermanos ya estaban casados, mi padre había muerto cuando yo tenía 12 años, e iba a trabajar durante el día…y a la noche hacía teatro. Hice la prueba con un famoso actor italiano, me dio una frase y me pidió que se la dijera. Luego me miró y me dijo, vale, ahora dímelo como si me lo dijeras al oído. Ahora como si se lo dijeras a dos personas que están allí. Ahora como si estuvieras frente a 500 personas…. (sonríe y se le pierde la mirada). Esa fue mi primera prueba.

 

Demuestra usted muy buena memoria. Ojalá los países tuvieran la misma memoria que algunas personas.

Mira, cuando me preguntan sobre ello en Buenos Aires, hay algo que no puedo evitar. Más allá de las consecuencias que pueda tener lo que digo, yo lo tengo como una cosa positiva. Había un lugar tenebroso en mi país la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA, centro de tortura de la dictadura militar). Era tenebrosa, allí entraron muchos y no salieron más. Lo primero que hizo Néstor Kirchner cuando asumió como Presidente y Comandante en Jefe, fue llamar a un coronel, e hizo bajar los cuadros de Videla y otros asesinos. Ese coronel se subió a una escalerita, bajó los cuadros y transformó eso en el Museo de la Memoria. Eso a mí me pone a mí los huevos aquí. Lo dije y lo repito ahora. Yo estuve ahí en el museo, en una excursión, como si fuera extranjero.

Hay cosas que hay que repetirlas y se tienen que oír.

Y eso es lo que trato de hacer, en lo posible, para que no se pierda.

 

 

Tras despedirse y cuando ya iba camino de la calle, Héctor Alterio se dio la vuelta, volvió a la mesa donde mantuvimos la entrevista y dijo: “Antes de irme, te voy a cantar una de las nanas napolitanas que siempre me cantaba mi madre”.

Para sorpresa de un café rebosante en una mañana de diario, la cantó entera. Y aún tarareándola, hizo un gesto cordial con la cabeza y se fue sonriendo camino de su día libre.

Y eso que no le gusta hacer entrevistas.

 

 

Lee la entrevista en Opticks 15 “Luz”, pinchando aquí.

 

Publicación : 02 de julio de 2014

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